Un matón que prefería a Silvio Rodríguez y Celia Cruz

Cuba

Un matón que prefería a Silvio Rodríguez y Celia Cruz

De una breve y amarga conversación con Silvio Rodríguez a una inesperada revelación en una prisión nicaragüense: memorias de guerra, música y contradicciones en tiempos de consignas.

Silvio Rodríguez, cantautor cubano
Silvio Rodríguez, cantautor cubano

Tras leer con extremo interés la última remembranza pública de Silvio Rodríguez titulada “A 35 años (y cinco días) de aquel concierto en Chile”, publicado en su espacio Segunda Cita, no pude menos que recordar la conversación con uno de los escoltas principales de Anastasio Somoza en Nicaragua.

Corría entonces julio de 1984. Fui enviado a Nicaragua como corresponsal de guerra para cubrir todo lo relacionado con el combate de los sandinistas a la llamada “contra”. Me acompañaba como fotógrafo en esa aventura mi amigo Jorge Cervantes Loret de Mola.

Algo antes de partir a la misión tuve la ocasión de hablar por única vez en la vida con Silvio Rodríguez. El trovador visitaba ese día a mi vecino Helio Ojeda, notable fotorreportero en esos años, quien tuvo la delicadeza de avisar para que compartiera con Silvio.

Un encuentro bastante desagradable que no fue más allá de los diez minutos. La impresión que tuve, que ha durado hasta hoy día, era que el trovador era una persona un tanto arrogante, desinteresada en el tema de suma importancia que le trataría. Tal vez Silvio en ese instante no estaba para conversaciones y quizás fuera donde Helio en busca de algún espacio donde “descargar” otras motivaciones.

El interés consistía en el tema musical que compuso para la miniserie televisiva Por el rastro de los libertadores, una pieza que debería figurar en lo mejor de su prolífera obra porque, como pocas, plasmaba con excelencia poética la forzosa desmovilización del Ejército Libertador en nuestra guerra de Independencia. Tuve hasta la osadía de cantarle unas líneas donde refería que “con una medalla, dar gracias, canalla, un abrazo y un adiós…morir fue vivir…”.

Silvio, sentado en una esquina de la diminuta habitación de Helio, lucía como cansado hasta para articular par de palabras. Al escuchar mis emociones por el tema, le restó importancia al asunto, levantó la cabeza y dijo:

-No recuerdo ese tema.

Lo suficiente como para tenderle la mano y largarme del lugar también con pocas palabras.

Pasaron los años y ahí estábamos Cervantes y yo en una prisión abierta de los sandinistas próxima a Managua en entrevistas a prisioneros de guerra.

Justo en el momento de la partida, ya encima del vehículo, el oficial del FSLN que nos acompañaba señaló hacia un hombre bastante corpulento, de tez bronceada, cara de buena gente, con una enorme barriga, sentado a la sombra de una barraca.

-Y ese que está ahí era uno de los jefes de la seguridad personal de Somoza.

Pedí detener el motor, bajarme y conversar con él. Conversar, no entrevistar porque estuvimos haciéndolo durante casi una hora. En un momento determinado me confesó que, en su auto, el primero en la caravana de seguridad, nunca faltaba la música cubana. No pude menos que preguntarle qué escuchaban. Sin inmutarse, con cierto orgullo y satisfacción, confesó:

-Silvio Rodríguez y Celia Cruz

La entrevista, titulada “Péguele un tiro a ese hombre” nunca fue publicada por obra y gracia de los censores de entonces, los mismos que hicieron desaparecer ese párrafo de Adys Cupull y Froilán González cuando mencionaron que en la zona donde asesinaron al Che lo tenían como un santo, San Ernesto de la Higuera, al que le pedían milagros, buenas cosechas y notas escolares para los niños. Censores, esa pandilla generacional que suele pasarse por el Arco de Triunfo la libertad de expresión y que cada cual asuma la responsabilidad de lo que cuenta.

Desde ese momento comprendí lo inapropiado que resulta a veces mezclar política con música, aspecto bastante controversial porque miren ustedes ahí tienen la llamada canción protesta que hizo época.

Ignoro si tendré ocasión, por segunda vez o “segunda cita”, de contárselo a Silvio…

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