Mi compañera pasó un pomo de agua vacío, de boca más ancha que los normales y ahí, sentado, con ligeros movimientos acomodativos para tan singular cópula, afinando la puntería como un francotirador procedí a evacuar bajo un insoportable dolor.
El chino, lejos de mirar al techo del Airbus, sacar un libro, consultar el celular, dirigir la visual hacia el pasillo, miraba de reojo oblicuo la inaudita operación.
Pensé en quince motivos que lo impulsaran a ello hasta con un interés competitivo. Todos incoherentes porque cuando uno se encuentra en ese estado lo menos que logra hacer es poner en orden las ideas.
Aunque tal cosa le puede suceder a cualquiera, los de mayor edad somos más propensos a estas zancadillas clínicas. Con veinte años de edad, los riñones no han trabajo mucho que digamos y ya con más de setenta te provocan un ridículo lo mismo en un funeral que en una boda.
Y en un interín del sufrimiento, mucho antes de expulsar la maldita piedra, era yo quien observaba al chino en su quinta visita playera a Cuba. La única justificación posible que encontré fue confirmar esa costumbre que tienen ellos de copiar todo lo novedoso que se encuentren por el camino o en las alturas…
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Un cólico a nueve kilómetros de altura junto a un chino
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