Opinión

«¡Suéltenme! ¡Quiero irme con él!»

Resulta que tuve un familiar muy cercano que fue castigado allá en los 80s del pasado siglo a trabajar en la cría de cocodrilos en la Ciénaga de Zapata o como sepulturero en la habanera Necrópolis de Cristóbal Colón.

El pariente, tan apegado al pavimento, optó por laborar en la ciudad de los muertos, catalogada entre las primeras en el mundo por su valor arquitectónico-monumental. Y ahí, a cada minuto de existencia, en cada enterramiento o exhumación, comprobaba que la vida es una, que debe aprovecharse minuto por minuto.

Universitario él, se vio doblando el lomo bajo el inclemente sol o la lluvia con una cuadrilla en la que cada uno era un personaje rigurosamente seleccionado por Almodóvar. Algunos, con una historia carcelaria que dejaba pequeño al propio Papillón. De un arsenal de buen gusto en el habla, tuvo que aprender una peculiar jerga si es que pretendía entenderse con sus nuevos compañeros de oficio.

Así fue cómo comprendió, gracias a las vivencias del cabecilla de la cuadrilla, que era común en esos actos del viaje hacia el más allá, que la esposa o novia del difunto rompiera en un ataque de histeria o shock en el momento de bajar el ataúd a la fosa, que familiares o amigos tuvieran que sujetarla e intentar convencerla de no acompañar al occiso en tan oscuro e incierto viaje a pesar del buen camino anunciado instantes antes por el cura de la capilla del camposanto.

Caballero, de buenos modales, a falta que otro de la disminuida luctuosa comitiva lo hiciera, tomó con fuerza en sus brazos a la Julieta que pedía a gritos le permitieran irse con el amado. Para alguien sin experiencia, la ceremonia se tornaba compleja ante tan dramático reclamo.

-¡Despáchala, coño; suéltala, acere! -ordenó el jefe acercándose al oído del pariente.

El otro obedeció. Todos presenciaron un acto peculiar de clavado en piscina olímpica en la modalidad de salto de pie desde plataforma. No bien caer junto al occiso, sentir la eterna humedad de la tumba y sus olores, la reacción fue inmediata:

-¡Sáquenme, sáquenme, que estaba jugando! -clamaba suplicante.

Vaya momento para bromas o juegos en instante que debe ser solemne por respeto para quien nunca pudo enterarse de lo sucedido, de mudo coprotagonista de una tragicomedia más.

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«¡Suéltenme! ¡Quiero irme con él!»

Aurelio Pedroso

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