Y en el día del amor y la amistad fueron muchos los que en Cuba debieron continuar con esa mala vieja de los apagones, con zonas y capitales provinciales donde el fluido eléctrico ha sido de una hora nada más durante la vuelta del planeta alrededor del sol. Hay que vivirlo para sentirlo.
En cambio, el amor de pareja se somete a una prueba de fuego porque es ella o él, sin poder mirar a los ojos, desarrolla una milonga de lamentaciones, blasfemias y maldiciones que una relación consolidada o atinada no puede soportar dada su intensidad. La comidilla del día a día.
Son tantos los apagones que ya están agotados los cuentos de ocasión por ser siempre los mismos. Imposible cambiar el repertorio durante esas penumbras. Es que, si te diera por reunirte en los bajos del edificio, ahí estará ese veterano contando la misma historia de cómo debían aplicar, sin focos, la conducción nocturna en la guerra de Angola. Cada loco con su tema.
Entonces no queda de otra que sumergirse en el silencio lo más sepulcral posible y soñar, sin comentar, que bajo la luz que según cuentan, el creador hizo el primer día de intensa labor, fuera el hombre quien la quitara. Ingratitudes humanas.
En ese escenario, como les gusta mencionar a los académicos, por los cielos todo lo que pueda atenuar el percance. Inaccesible para un común y corriente, una planta generadora, un sistema de paneles solares, hasta un simple ron que ahogue penas o un paquete de cigarrillos de paso espanta mosquitos a más de la mitad de una pensión.
Cuando más, una linterna recargable o una vela con sus sombras siniestras -no chinescas-, sobre la pared y aguardar a que nuevamente se haga la luz, San Valentín, para verte mejor, como decía el Lobo Feroz.