Lo anterior, no por quejarnos de la ausencia de ese ancestral, socorrido, popular y hasta económico postre de una timba de guayaba con su lasca de queso, sino porque conozco a varios ancianos enfermos que sólo pueden comer el blanco ya no tanto por placer, sino por salud, por prescripción facultativa.
Y si tenemos en cuenta que, según cifras no oficiales, casi un millón de cubanos deben vivir con una pensión de 1.528 pesos, los números saltarán a la cara.
Adiós a esa vieja y efectiva costumbre de armar una ratonera con un trocito de queso. Tampoco se puede contar con algún discípulo del flautista de Hamelín porque también ha quintuplicado los precios.
En pocas palabras, San Valentín, en lucha las 24 horas.