¿Quién manda en la Unión Europa? El poder conservador se consolida y se prepara para avanzar

¿Quién manda en la Unión Europa? El poder conservador se consolida y se prepara para avanzar

Ursula von der Leyen afirma su poder en su segundo mandato al frente de la Comisión, mientras Antonio Costa toma las riendas del Consejo con prudencia

Bandera de la Union europea
Bandera de la Union europea

A Donald Trump le llamó la atención cuando visitó Bruselas en su primer mandato que lo recibieran dos presidentes en nombre de la Unión Europea (UE), el de la Comisión, entonces el luxemburgués Jean Claude Juncker, y el del Consejo, el polaco Donald Tusk. Cuando regrese, probablemente el año próximo, seguirán recibiéndolo los actuales presidentes de la Comisión, la alemana Ursula von der Leyen, que comenzó en verano su segundo mandato, y del Consejo, el portugués Antonio Costa que acaba de tomar posesión. Pero al igual que el presidente electo americano muchos europeos se preguntan sobre cuál de los dos es el que manda de verdad.

En Bruselas se sabe que Von der Leyen, madre de siete hijos y abuela ya, conservadora alemana, es minuciosa en su trabajo y acapara todo el poder que puede con una dedicación exclusiva y permanente. Dentro de la Comisión ha conseguido eliminar a alguno de los comisarios que no eran de su agrado, como el francés Thierry Breton, y ha afianzado su poder con un reducido grupo de colaboradores muy cercanos que operan desde su gabinete. Cada vez está más presente en los conflictos internacionales y viaja con mucha frecuencia, pese a que las relaciones exteriores y de seguridad corresponden al Alto Representante que hasta el 30 de noviembre era el español Josep Borrell y que desde esa fecha es la liberal estonia, Kaja Kallas.

A Borrell no le gustaba nada que tanto Von der Leyen como Charles Michel, el presidente saliente del Consejo, se entrometieran en su terreno. En el caso de la brutal respuesta al ataque de Hamas de Israel en Gaza, la presidenta de la Comisión se apresuró a viajar a Tel Aviv para expresar su apoyo a Netanyahu sin el mandato de los 27 países. Parece que ese será el camino que piensa repetir ahora, una vez que Borrell, con quien tenía evidentes diferencias, no continua.

Pero en Bruselas era también notorio que Von der Leyen y el liberal belga Charles Michel no congeniaban en absoluto. Y menos desde que él no se movió cuando el presidente turco Erdogan relegó a un segundo plano a la presidenta de la Comisión por ser mujer en visita oficial a Ankara. El protocolo es claro: tienen el mismo trato el presidente de la Comisión y el del Consejo.

Michel ha sido sustituido por el socialista portugués Antonio Costa quien, de momento, ha entrado de manera cuidadosa y precavida, sin crear tensiones. Su tarea como coordinador de los 27 jefes de estado y primeros ministros no es menor. El Consejo tiene capacidad legislativa y la última palabra en todos los asuntos importantes. En pocas palabras, la Comisión propone y ejecuta, el Parlamento debate y el Consejo decide.  Y de las tres instituciones este, el Consejo, es el menos europeísta porque es la prolongación directa de los gobiernos nacionales y, por tanto, al que le cuesta más ceder poder a Bruselas. Muchos diplomáticos coinciden en que los estados miembros le pedirán expresamente a Costa que frene a Von der Leyen.

Por lo tanto, el equilibrio de quien manda depende en gran medida de la buena relación entre Von der Leyen y Costa, pero también de factores externos que son determinantes.

LOS TRACTORES ALEMAN y FRANCES

Históricamente la UE ha avanzado cuando Alemania y Francia, las dos economías mayores de la UE, se han puesto de acuerdo (euro, eliminación de fronteras, etc.) Pero París y Berlín no están en el mejor momento. El segundo mandato de Emmanuel Macron es un quebradero de cabeza  y sus gobiernos apenas duran porque no hay mayorías claras. En Alemania acaban de convocarse elecciones para febrero tras caer el tripartito (socialdemócratas, verdes y liberales) y todo da a entender que el próximo gobierno será encabezado por los conservadores, pero que necesitarán aliados. Y junto a ellos avanzará, mucho, la extrema derecha.

Hay un vacío evidente en los dos países y una amenaza creciente de que fuerzas antieuropeístas puedan terminar por controlar alguno de esos gobiernos. La posibilidad de que Marine Le Pen, nada partidaria de la UE según ha reiterado últimamente, sea la próxima presidenta de Francia en 2027 no parece tan lejana. Eso si Macron, cada vez más limitado, no dimite antes.

Sin las dos locomotoras alineadas para empujar en la misma dirección, Europa no tiene claro el rumbo. Y eso se nota. En tiempos de incertidumbre no hay una respuesta clara de la UE. Los liderazgos son débiles y los parlamentos están fragmentados. La integración europea es más frágil que nunca. Y no es seguro que el tándem Von der Leyen-Costa sea capaz de suplir esa ausencia.

LAS IDEOLOGÍAS

Además, los partidos conservadores acaparan hoy el poder en la mayor parte de los países y eso tiene su reflejo en Bruselas. De los 27 comisarios, solo hay cuatro socialdemócratas y cinco liberales, el resto son de derecha o extrema derecha.

Tras las elecciones de junio conservadores (Partido Popular Europeo, PPE), socialdemócratas y liberales, con el apoyo puntual de los verdes, han reeditado su colaboración que garantiza mayorías suficientes en el Parlamento. Pero existe una fisura por la que los populares pueden optar por alguno de los tres grupos de extrema derecha (uno encabezado por Giorgia Meloni; otro por Marine Le Pen y Viktor Orban en el que está Vox, y un tercero más radical de los alemanes) para sacar adelante determinados asuntos.

De esa fisura vino la apuesta de Alberto Núñez Feijoo contra la candidata española a la vicepresidencia de la Comisión, Teresa Ribera, mediante la presión del PP español al presidente del grupo parlamentario del PPE, Manfred Weber. Hubo un momento en el que el nombramiento de Ribera como vicepresidenta primera para la supercartera de Competencia y Pacto Verde estuvo a punto de descarrilar, pero el PPE recondujo la situación cuando los socialistas aceptaron a los candidatos de extrema derecha: el italiano Raffaele Fitto, como vicepresidente de la Comisión y el húngaro Olivér Várhelyi. Una solución que deja claro el poder del PPE.

Von der Leyen cree que es necesario ese acuerdo con los europeístas de toda la vida y defendió con vehemencia a Ribera en el Parlamento Europeo, pese a que sabía que los eurodiputados españoles del PP iban a votar en contra del nombramiento. Pero al mismo tiempo se ocupa de atraer a antiguos euroescépticos como la italiana Giorgia Meloni, que en Bruselas ha dado pruebas de alinearse con las mayorías pro-europeas. Significativo su apoyo a Ucrania y su distanciamiento de Moscú. Meloni no votó a Von der Leyen en julio porque no la dejaron sentarse a la mesa de negociación, pero su cercanía con la dirigente alemana parece cada vez más evidente.

Todo eso significa que socialdemócratas -que cuando Olaf Scholz abandone el poder en Berlín dejará a Pedro Sánchez como casi único y máximo dirigente europeo de esa corriente en el Consejo-, liberales, verdes y la izquierda están en minoría. Y que si sigue avanzando la marea conservadora en Europa será el PPE el que elija donde cosechar los votos para sus iniciativas. Además, los partidos de extrema derecha gobiernan en coalición en varios países: Italia, Países Bajos, Suecia y Finlandia, en solitario en Hungría, y han ganado las elecciones en Austria, donde no formaran parte del ejecutivo por acuerdo del resto de fuerzas, y cuentan con apoyos en Eslovaquia y en otros países del Este. Muchos de esos partidos son pro-Putin y contrarios a la actual formulación de la UE, aunque después del Brexit ninguno aboga por una salida de su país de las instituciones comunitarias. Quieren transformarla desde dentro.

En estas circunstancias las tensiones entre el poder de Bruselas y el de los estados miembros irá a más. Vistos los resultados electorales no habrá más Europa en un momento en el que los analistas ven un avance significativo de lo que se ha denominado la egopolítica, es decir los liderazgos personalistas y populistas tipo Trump o Milei.

LA GEOPOLÍTICA

Con unas relaciones internacionales quebradas, Bruselas está desamparada sin un liderazgo fuerte y común. Su debilidad está dentro, con cada vez más partidos anti-sistema en el poder y con la maquinaria de desinformación de Putin en pleno desarrollo y con éxitos manifiestos como el ocurrido en las elecciones presidenciales, ahora suspendidas, de Rumanía.

Parece evidente que la UE entra en un período de máximas dificultades en las que tendrá que navegar a contracorriente. Y sin apenas aliados: los Estados Unidos de Trump amenazan con una guerra comercial y una defensa cerrada de sus tecnológicas; Rusia no cede en Ucrania; el conflicto árabe-israelí está en su apogeo y China aprieta cada vez más en todos los continentes. Europa da muestras de debilidad, pero no de agotamiento y Von der Leyen va a apostar por el famoso informe de Mario Draghi que defiende inversiones de 800.000 millones público-privados anuales para que la UE vuelva a ser competitiva y pueda hacer frente a Estados Unidos y China que dominan el desarrollo tecnológico y el comercio mundiales.

Europa es mucho más lenta en las reacciones a los cambios geopolíticos internacionales. Necesita el acuerdo de 27 países, mientras que Xi Jinping en Pekin o Vladimir Putin en Moscú deciden con un reducido grupo de colaboradores sin necesidad de largos debates en varios idiomas. Pero también es cierto que la reacción durante la pandemia fue mucho más eficaz en Europa que en otras partes y que, por ejemplo, la compra conjunta de vacunas fue un éxito.

En el caso, nada improbable, de que la tensión mundial aumente o se desate un conflicto de mayor envergadura de los que ya están en marcha en Ucrania, en Gaza o en otras partes del planeta, Bruselas tendrá que hacer de tripas corazón y esperar que la fortaleza de Von der Leyen y el carisma de Costa sean suficientes para doblegar los egos de las capitales comunitarias. O eso o la desbandada general para alegría de esos personalismos que están en contra de la cooperación multilateral. Si con los actuales instrumentos internacionales ya son muy difíciles los espacios consensuados de resolución de conflictos, con la llegada de nuevos egos al poder se volverán casi imposibles. Justamente lo contrario de lo que ha ido construyendo, pasito a pasito la UE, que es el mejor ejemplo de colaboración multilateral.

AQUELLOS TIEMPOS Y ESTOS PRESIDENTES

A estas alturas los observadores más veteranos echan de menos los tiempos del recientemente fallecido Jacques Delors como presidente de la Comisión que dio un impulso enorme a la UE e instauró el euro, por ejemplo. Gracias al respaldo de Paris y Berlin en tiempos de Helmut Khol y François Miterrand con el apoyo explícito de Felipe González. No se atisba una solución parecida para esta legislatura que acaba de comenzar. La arquitectura europea está minada por dentro y más bien pronto que tarde tendrá un revolcón si, como parece, los partidos más a la derecha siguen avanzando.

Mientras tanto el tándem Von der Leyen-Costa tendrá que asumir el difícil papel de navegar en aguas turbulentas. A la presidenta de la Comisión se le reprocha que actúe por su cuenta en temas trascendentales: los aranceles a los automóviles chinos en contra de la opinión de Berlín o ahora la firma del acuerdo de Mercosur con Paris totalmente en desacuerdo. Ella sigue adelante. Costa, que dimitió en Portugal por un caso judicial que quedó en nada, dio paso a un gobierno de derechas y ha mantenido una postura alejada de la habitual confrontación brusca que se da, por ejemplo, en España. Es un político moderado y comprensivo que evitará mientras pueda el conflicto. Pero eso no es ninguna garantía de que dirija con mano firme la UE en un momento tan extremadamente delicado. Habrá que ver si Von der Leyen no ocupa todo el espacio con una propuesta que, hoy por hoy, está en las antípodas de lo que defienden los nuevos líderes ultranacionalistas que aparecen por todas partes.

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