Ella sola, capaz de resumir un extenso parlamento de esos que causan más mareos que montar con par de copas cinco veces seguidas en la Montaña Rusa o un par de vueltas en el Dragón Khan en PortAventura.
Y en estos días de fin y comienzos de año, como ya es habitual, costumbrista o de obligada referencia protocolar, hemos visto toda una colección de buenos augurios para este 2023, como si el simple hecho de cambiar de un año para otro solucione problemas inherentes con un ciclo de doce meses.
Las tradiciones son así. De otro modo, imposible. Dejaríamos de ser humanos soñadores de un mejor techo, que si es el de nuestras casas resultaría de excelencia sin ser egoístas y poco solidarios con los demás.
Algunos mensajes, muy originales y hasta de fino humor. Otros, en mayoría ya tan gastados y empleados que uno debe afinar bien las entendederas para no interpretarlos como burlas o si acaso pésimas bromas de ese piloto-redactor automático que todos llevamos dentro a la hora de escribir sin pensar.
Por “equis” motivos hemos expulsado, más que despedido, este abrumador 2022 en Cuba con una colección de ellos que han llegado ilustrados en las redes sociales con algún que otro brindis, la foto de una bonita nevada con trineos y renos, al lado de ese señor con blanca barba y vestido de rojo de pies a cabeza y que no es comunista, además de posar junto a un multicolor arbolito, con los Reyes Magos en lontananza guiados por un lucero o una Flor de Pascua que oculta un afilado sable de samurái.
Habrá que despejar la “equis” como en aquellos ejercicios de álgebra para encontrar la solución correcta. Tarea para finales de este año que ya gatea con no muy alentadoras pretensiones económicas según el Fondo Monetario Internacional que no se ha tomado el trabajo de felicitar a mucha gente y ha pronosticado que “se acumulan nubes de tormenta”.
Cuba no estará ajena a la embestida. Ya tenemos un doctorado en resistencia. Sin tutor, oponente ni tribunal.