En un principio, para la creación de empresas es imprescindible contar con una idea. Esta puede surgir de identificar una necesidad en la sociedad o en uno mismo. Conocer cuál es la necesidad que el mercado no se ha encargado de satisfacer y comprometerse a cubrirla no es nada fácil, pero tampoco imposible: lo realmente significativo es evaluar si esa necesidad es igual de importante para el resto de la sociedad.
Diseñar el modelo de negocio es, quizás, el paso fundamental a la hora de crear una empresa, ya que la idea debe ser convertida en un proceso que consiga ingresos y beneficios. Es decir: que sea perfecta para generar valor.
En este punto el emprendedor debería considerar ponerse en contacto con una asesoría que le ayude a resolver sus dudas sobre la creación de la empresa. En muchos casos el futuro empresario no cuenta con los conocimientos legales suficientes para crear una empresa en solitario.
Al contar con la colaboración de una asesoría, ésta le aconsejará sobre la forma jurídica que más se adapta a sus posibilidades teniendo en cuenta un conjunto de factores: la cantidad de capital social, el número de socios y la responsabilidad frente a terceros.
Algunos ejemplos de las posibles sociedades a constituir son la Sociedad de Responsabilidad Limitada (SL), la Sociedad Limitada Nueva Empresa (SLNE), Sociedad Limitada de Formación Sucesiva (SLFS), Sociedad Civil, Comunidad de Bienes y Alta como Autónomo.
En función de la forma jurídica elegida se realizarán los pertinentes trámites para adoptarla y comenzar con el desarrollo de la actividad.
Aunque existen medios telemáticos para hacerlo personalmente, es cierto que este trámite puede resultar un poco confuso para quienes no están familiarizados con el tema. Para facilitar esta tarea, algunas empresas especializadas en la constitución de sociedades como Gdlegal aconsejan disponer de un soporte legal para evitar problemas que puedan retrasar el comienzo de la actividad y aportar beneficios a los intereses de la empresa gracias a su trabajo preventivo.
El capital inicial es una de las barreras principales a las que se enfrenta cualquier emprendedor que quiere comenzar por su cuenta. Conseguir la inversión requerida puede ser difícil, aunque existen diferentes modelos de financiación para lograrlo: por deuda, por subvenciones, por capital o deuda interna ofrecida por diferentes actores (amigos y familiares, banca comercial, emprendedor, crowdfunding, banca pública, empresas con capital de riesgo, etc).
Está comprobado que elegir el nombre de la empresa no es baladí, ya que éste constituye la tarjeta de presentación ante clientes potenciales y otros empresarios que puedan estar interesados en participar en el proyecto después de la creación de la sociedad. Resulta imprescindible dedicar un poco de tiempo a este paso para que la empresa adquiera personalidad propia.
La idea de encontrar un nombre fácil de recordar, corto y positivo se hace muy sugerente para presentar la propuesta de valor del negocio, aunque cabe destacar que esto solo será posible cuando no dé pie a confundirse con otras marcas o adquirir significados imprecisos.
En definitiva, la constitución de una sociedad no es fácil, a menos que se tenga todo muy claro antes de comenzar o se cuente con asesoría legal especializada. Pero también es cierto que, al final, siempre resulta ser un proceso motivador y provechoso para cualquier persona que quiera emprender.
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