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Los que sí van a votar

En toda Europa, el ‘austericidio’ ha propiciado florecientes negocios para ciertos colectivos, gracias a la colaboración ‘desinteresada’ de algunos políticos. El proceso está más que contado en los medios de comunicación internacionales pero, lamentablemente, conviene recordarlo cada poco. Esta crisis comenzó por culpa de un colapso financiero mundial provocado por personas, con nombre y apellidos, que jugaron en el límite mismo del precipicio con el dinero de otros y que mientras obtuvieron beneficios se aseguraron unas retribuciones estratosféricas e inmorales.

Antes, ese mismo colectivo forzó leyes liberalizadoras para evitar que los estados pudieran fiscalizar sus actuaciones e impuso una absoluta homogeneidad intelectual a favor de sus tesis neoliberales, que creó el clima propicio para sus intereses.

Y les iba más que bien. De perlas. Por mucho que algunas estadísticas, como las que reflejaban el aumento de la desigualdad, pusieran en cuestión ese presunto paraíso que estaban construyendo. Hasta sortearon, sin mayores problemas, algunas catástrofes iniciales, que ahora resultan incluso menores, como el estallido de la ‘burbuja tecnológica’ de finales del Siglo XX o las grandes estafas empresariales de la misma época, entre las que destaca el ‘caso Enron’.

Al final esos batacazos impresionantes pasaron a la historia sin más. Sin que el aviso que contenían sirviera de nada, ni se tomaran las precauciones necesarias para evitar que se repitiesen. Al contrario. Por obra y gracias de los derivados financieros, esas fórmulas mágicas de multiplicación del beneficio y supresión del riesgo que elaboraron sesudos matemáticos, la ‘estafa’ adquirió un volumen planetario y devastador.

Y todo estalló. Llegó esta crisis con la que aún peleamos, que amenaza con convertir el empleo, un derecho constitucional en muchos países, como España, por ejemplo, en un bien escaso. Lo peor de todo, sin embargo, ni siquiera es eso. Es la aparente impunidad con la que se mueven los promotores del desastre. La riqueza que acumulan y la forma en la que consiguen sus propósitos. A costa de lo que sea.

Nada de esto hubiera sido posible sin la colaboración de algunos políticos que, por cierto, siguen ahí. Trabajando para esta élite financiera a la que han ayudado, rescatado y reflotado tras el desastre. Gracias a su celo y a la lealtad que han demostrado a sus jefes, las monumentales deudas del sector privado, también es sabido, se han convertido en deudas públicas. Que todos tenemos que pagar.

Como consecuencia se han aprobado y difundido en Europa políticas de recortes sociales, el ya famoso ‘asutericidio’ que han empobrecido a la mayoría de la población. Y, aunque esta vez no han gozado de esa homogeneidad intelectual que les proporcionaba la coartada perfecta para sus desmanes, han obviado la realidad para seguir adelante con su nuevo plan.

En los despojos del estado del bienestar había, y hay, todavía mucho dinero a ganar con nuevas privatizaciones más sofisticadas que las anteriores. Eso que llaman gestión indirecta de los servicios públicos. Y en ello están. Y así piensan seguir. Mientras puedan.

Para estos colectivos, que saben lo que quieren, las próximas elecciones europeas sí son importantes. Es fundamental que las dos tendencias políticas que les han apoyado siempre mantengan su hegemonía. En Bruselas y en todas partes. Al precio que sea. Si es necesario fundiéndose en un abrazo para preservar los intereses que defienden. Ellos sí van a votar.

Y si pudieran votar solos, mejor que mejor. Ya han ‘suspendido’ la democracia cuando les ha venido bien, en países como Italia, donde pusieron un primer ministro, Mario Monti, que no necesitó el respaldo de las urnas para imponer las políticas que le dictaban.

En esas están. Ni siquiera les importa haber alimentado el ascenso de partidos políticos ultraderechistas o de procesos nacionalistas que ponen en cuestión los principios de solidaridad que sirvieron para fundar Europa.

Así que tal vez votar no sea tan mala idea después de todo. Cuando menos para no ponérselo tan fácil como lo han tenido hasta ahora. Para intentar promover un cambio que desaloje de las instituciones democráticas a esos sicarios a sueldo del poder financiero internacional y abra la puerta a políticos verdaderos, a servidores públicos que trabajen para conseguir el bienestar de todos los ciudadanos.

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Los que sí van a votar

Rafael Alba

No fui fotógrafo de "Playboy", pero sí hice allí entrevistas y artículos. Escribí sobre música en "Diario 16", "Geo", "El Gran Musical", "ZZPOP", "Audioprofesional", "Sterofonía" y "Backstage". En "El Economista", "America Económica", "Cuba Económica" y "La Revista de la Bolsa" intenté aprender economía. En "El Boletín" me metí en política. Y ahora he vuelto a lo mío. Pero lo que más me gusta es tocar la guitarra, así que no es raro verme subido al escenario de algún club…con Las Dos en Punto, por ejemplo.

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