En plena ‘precampaña’ de las elecciones europeas, asuntos como la falta de una política energética común ponen de manifiesto la debilidad de la Unión. A medida que se acercan las elecciones europeas, va quedando de manifiesto la cantidad de terreno que falta por avanzar en la construcción de un futuro compartido para la unión de sus casi 501 millones de ciudadanos. Y uno de los aspectos más claros de esas lagunas, aunque parezca inverosímil, es la ausencia de una política energética común. Objetivo difuso que todos parecen compartir pero sobre el que, apenas, hay propuestas concretas, como ha quedado de manifiesto en los primeros debates públicos.
Como consecuencia de la crisis de Ucrania esa debilidad ha cobrado un gran protagonismo y ha sido, precisamente, el candidato conservador a presidir la Comisión, Jean-Claude Juncker, el que ha incorporado a su discurso electoral la conveniencia de promover políticas conjuntas de compra de gas para todo el territorio de la UE, tras sumarse a una iniciativa del primer ministro polaco Donald Tusk, un liberal de centro-derecha, preocupado por las consecuencias de la tensión política con Rusia.
Se trata de una proyecto parcial, que no abarca todo el problema y que limita sus proposiciones concretas al ámbito de los combustibles fósiles, pero, al menos, señala una deficiencia estructural del Viejo Continente que puede tener pronto sus consecuencias, y muchas, toda vez que EEUU, el gran referente económico internacional para la UE, avanza con paso firme hacia la autosuficiencia energética gracias al desarrollo de las técnicas de fracturación hidráulica, el ‘fracking’, que hacen posible aumentar la extracción de gas y petróleo del subsuelo.
A la velocidad actual, según las estimaciones más extendidas, este proceso puede estar terminado en 2020. Pero llegará más lejos, porque diez años después, el país norteamericano podría convertirse ya en exportador neto de crudo. Y, de concretarse, estaríamos hablando de un elemento básico en la relación bilateral entre ambas áreas geográficas que intentan avanzar en las negociaciones de un Tratado de Libre Comercio que se iniciaron en junio del pasado año.
Evidentemente, ese proceso deja en una situación poco airosa a una Europa deficitaria de estructuras operativas comunes, falta de una definición de futuro creíble para una unión política y económica aún en estado precario y condicionado por una pluralidad de intereses nacionales, también en el terreno energético que, en definitiva, vienen a suponer una falta de eficacia comparativa notable frente a EEUU.
Este tema, y otros igualmente vitales para la UE, serían aquellos de los que tendríamos que estar hablando en estos días, de cara a las elecciones al Parlamento Europeo del próximo 25 de mayo y, sin embargo, son las cuestiones nacionales las que están primando en los debates previos a esa convocatoria a las urnas. Y eso sucede en un momento en que Europa está constituida como una gran fábrica de parados y necesita con urgencia una redefinición. Mala cosa.
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La energía ‘retrata’ la debilidad de la UE
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