Venezuela es un volcán en erupción que cuando menos se espere puede empezar a derramar lava incandescente sobre sus sufridos habitantes. El carnaval invita a reírse y a Nicolás Maduro, el iluminado presidente de Venezuela, le ha valido además para salvar al cargo unos días. Llegó el carnaval a Caracas y las manifestaciones callejeras de protesta que tenían al Gobierno en las cuerdas se interrumpieron. Los venezolanos sufren muchas carencias pero para disfraces se ve que aún les da el presupuesto. Y Maduro ha aprovechado para prolongar la fiesta e ir poniendo tiempo por el medio en las presiones para que se vuelva a su actividad privada si es que la tiene.
Lo que no sabemos, porque, como decía el otro lo ignoramos es cuánto va a durar la pausa que los enfurecidos opositores al régimen le han concedido. Sospecho que no será mucho, porque los problemas siguen cada día agravados por nuevos dislates políticos, y la demagogia que Hugo Chávez dejó en herencia avisa que tiene fecha de caducidad. Por muchos pajaritos que le traigan mensajes del Más Allá y por muchas apariciones celestiales que le salgan al paso, no parece que Nicolás Maduro adquiera resortes para parar el caos que ha creado.
Venezuela es un volcán en erupción que cuando menos se espere puede empezar a derramar lava incandescente sobre sus sufridos habitantes. El país es rico, fue próspero y la gente no está preparada para tantas miserias como las que le están cayendo encima. Claro que la gente también tiene sus culpas: puesta a elegir gobernantes se ha revelado más desafortunada que la italiana, donde el voto suele marearse cuando aparecen en las papeletas los nombres de Silvio Berlusconi o Bepe Grillo, tal para cual.
América Latina, que parecía haber entrado en una etapa de democracia y prosperidad después de tantos de avatares como ha protagonizado, ve amenazada la paz donde menos se esperaba, en una Venezuela a la que Dios, el mismo al que Chávez tanto invocaba y Maduro tanto invoca, le ha proporcionado bienes sin límites pero como compensación, nunca hay felicidad completa, la ha dotado de líderes de circo, entre esperpénticos e impresentables, ideales para protagonistas, sí, de carnaval y murga triste.
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El carnaval de Maduro
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