Los políticos y la cultura

Detrás de la cortina

Los políticos y la cultura

Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda

El desprecio por la cultura es una característica fuertemente enraizada en el comportamiento de los políticos españoles. Desde tiempos ancestrales. Y ahí están ahora Cristóbal Montoro y Ana Botella, entre otros, para mantener viva la tradición. No sería justo afirmar que el actual Gobierno, o las personas encargadas de gestionar el Ayuntamiento de Madrid incluyen a los políticos que más han desdeñado la cultura en la historia de España. Lamentablemente, hay muchísimos ejemplos de lo contrario que pueden encontrarse con profusión en crónicas históricas y obras literarias.

Desde el poeta ciego que muere en la indigencia en ‘Luces de Bohemia’ de Valle Inclán a los conocidos apuros por los que pasó Cervantes, o los años de cárcel de Quevedo. Y, por supuesto, hay muchos más ejemplo, igualmente sangrantes, que el lector podría encontrar sin demasiado esfuerzo.

De modo que personajes como Cristóbal Montoro y su cruzada contra el cine español, o esa Ana Botella, que presume de la alegría de las calles madrileñas en mal inglés, para luego cerrar festivales de jazz, ni son nuevos, ni son siquiera originales.

Para los próceres de este país, los artistas, en cualquiera de las disciplinas en las que puedan trabajar, no son más que cigarras ociosas que viven del cuento. O algo parecido a eso. Se toleran si acaso los payasos. Y, como no los cantaores de flamenco que comían las sobras del banquete de los señoritos, tras animar la fiesta con unas sentidas bulerías.

Algo de eso tendrá que ver con esa imagen internacional de los españoles que ha hecho fortuna a lo largo del tiempo. Somos los vagos de la guitarra, como puede verse en multitud de artículos recientes de la prensa alemana, sin ir más lejos. Y quizá lo somos, porque nos hemos dedicado durante siglos a proyectar esa imagen sobre lo mejor que teníamos para ofrecerle al mundo.

Si el flamenco, no ha conseguido el impacto internacional y las cifras de negocio de otras músicas de raíz como la bossa-nova o el reggae será por algo. Tal vez por la incapacidad de nuestras autoridades, e incluso de nosotros mismos, de apreciar lo que tenemos.

Falta sensibilidad y sobra provincialismo. Y ahí está también José Ignacio Wert y su Ley de Educación para conseguir que eso siga siendo así eternamente. Ya se sabe, los inteligentes estudian ciencias, los vagos con dinero letras y el resto que se vaya a la formación profesional.

En el fondo, no está mal pensado. O por lo menos, y hay que decirlo, todas estas estrategias que el PP parece aplicar son coherentes en si mismas. Y hay está Rajoy para demostrarlo. El país que nuestro presidente vendió en Japón es una nación de mano de obra barata, despido casi libre y horarios sin final, donde cualquier inversor internacional podría realizar sus sueños más húmedos gracias a este ‘neoesclavismo’ al que nos intentan llevar con sus reformas.

Con el valor añadido de la ‘alegría de vivir’ que le vendió sin éxito Ana Botella, al COI, claro. Más los ‘toreadores’ de Bizet, las cigarreras pasionales, la sangría, los casinos de Eurovegas, y todos lo demás. Y para perpetuar todo eso no hace falta invertir en educación ni en cultura.

Y el que quiera triunfar que se marcha a París, como hizo Picasso. O mejor, a Alemania, como aquel entrañable Pepe que compuso Alfredo Landa en una película de pesadilla que, sin embargo, nuestras nuevas generaciones deberían revisar para saber a qué se refiere la ministra Báñez cuando habla de que ‘es bueno que aprovechen las oportunidades que se les presentan en el exterior’.

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