Llueve en el Hemiciclo, llueve en el Hemiciclo gritaban asustados por los pasillos los conserjes del Congreso el miércoles, precisamente cuando la Cámara tendría que estar estrenando su nueva temporada de sesiones y Mariano Rajoy negándose como siempre a responder a las inquietudes de los ciudadanos y los embrollos de su partido. Mientras, los señores diputados, con el presidente a la cabeza, levantaban la vista de sus notas para mirar con incredulidad al techo, donde aún se observan las huellas del paso de Tejero, del que manaban gruesos goterones que en su caída amenazaban con empapar las calvas y cardados de sus señorías.
Cinco millones de euros, un pastón, abonados a una empresa del omnipresente don Florentino Pérez para ejecutar reformas de mantenimiento y conservación, tres meses de clausura de las instalaciones para que los albañiles, pintores y fontaneros no viesen perturbada su actividad por los calentones entre diputados del Gobierno y la Oposición, y todo para que, al final, los sufridos diputados tuvieran que abrir los paraguas incluso desde los escaños. Un Parlamento con goteras políticas puede ser normal, muchos las sufren, pero un Hemiciclo con goteras de lluvia, sólo en España es posible.
El empresario que asumió la responsabilidad de las obras de restauración y conservación del edificio se ha cubierto de gloria, una gloria sólo comparable a la que le han granjeado año tras año sus fracasos crónicos en la presidencia del Real Madrid. Ahí es nada ejecutar una obra tan emblemática y concluirla exponiendo al colectivo de padres y madres de la Patria a una pulmonía colectiva por humedad ambiental. Todo está muy claro, la única duda es por qué los leones de la entrada no rugieron.