Nos quejamos mucho, pero la verdad es que tenemos suerte. El respeto a la libertad que en teoría usufructuamos – sólo en teoría, ya lo sé – al final nos la mantienen, bien es verdad que bajo mínimos, nuestros vecinos y aliados. El presidente del Gobierno que hemos elegido se calla detrás de pantallas de plasma, negativas a comparecer en el Congreso y frases de corte rupestre para evitar que estemos informados de cuanto nos afecta, no vaya a ser, como ya consideraba el Caudillo, que nos creamos ciudadanos del primer mundo. Mejor mantenernos como una sociedad en tinieblas, o sea, ciudadanos en la inopia.
Pero por fortuna siempre hay por ahí alguien que difunde información que nos atañe lo cual nos permite mantener aquella tradición de décadas pasadas en que comprábamos Le Monde clandestinamente y así enterarnos de cómo andaban por aquí las cosas. Estos días sin ir más lejos el Gobierno nos dejó entrever que se oponía a un ataque de castigo a Siria antes de que fuese autorizado, como parece preceptivo, por el Consejo de Seguridad. Y Rajoy, de cuyo viaje a Moscú no hemos sabido si iba o venía, soslayó el asunto a su manera sin reconocer que ante sus votantes y ante Obama no piensa igual.
Fue el Departamento de Estado, que responde a otros principios y otras convicciones democráticas, quien enseguida nos informó, y hay que agradecérselo, de que España está en el grupo de países que respaldan – y seguramente colaborarán – la intervención que propugna el premio Nobel de la Paz, paradojas de la política — Barack Obama. Bueno, esta es una decisión, la del respaldo de España, discutible y polémica, pero tal vez legítima. Lo lamentable es que nuestro Gobierno, el que pagamos para que nos engañe por cuanto se deduce, nos lo oculte.
Un década atrás, Aznar por lo menos no ocultó su esperpéntico viaje a las Azores para ponerse en primer tiempo de saludo ante Bush y apoyar la invasión de Irak, que acabó sí, con el sátrapa Sadam Husein y las armas químicas que no tenía, pero dejó detrás un rastro de sangre cuyas noticias diarias imagino que estarán estremeciendo por las noches a los que lo ordenaron, lo ejecutaron y lo secundaron tras un bigote que nunca deja de recordarnos otros ya históricos, como fueron los de Hitler y Stalin.