Las grabaciones de la CIA o de la ASN, que tanto da y todo lo ven y todo lo escuchan, delatan ruido de desbandada ministerial por los pasillos de La Moncloa. El Gobierno apenas lleva año y medio disfrutando de una envidiable mayoría absoluta, pero ya se encuentra al borde de su desintegración en el eco de los escándalos. Víctimas de la corrupción en principio ajena. Mariano Rajoy parece que sigue imperturbable, como si nada de lo que ocurre en la política nacional fuese con él, pero sus ministros ya se revuelven inquietos en la incertidumbre de su futuro.
Algunos miran a derecha e izquierda – bueno, quiero decir a la derecha cercana y a la derecha profunda – con la ilusión de que un rayo de luz ilumine el camino que pueda salvarles de la debacle. Pero otros ya no pueden soportar tanta zozobra y se muestran dispuestos a poner tierra por el medio de su vocación política. El primero que dio el paso es Juan Ignacio Wert, quien a pesar de su aire incombustible ya ha anunciado que volverá a su casa en cuanto le hagan el finiquito en el ministerio de Educación, Ciencia y no sé cuánto más.
Otro de los que ya se aprestan a tirar la toalla nada más causar baja en Justicia es Alberto Ruiz Gallardón, que en cuestión de días ha cambiado su condición de sucesor in pectore en la Presidencia a desertor de la vida pública, en la que viene ejerciendo con indudable éxito desde que tiene uso de razón. Sorprendió cuando le entronizaron ministro de Justicia, cartera con pocas posibilidades de fanfarria para su popularidad, y ahora vemos que, efectivamente, era demasiado enrevesada para brillar en éxitos al nivel de sus pretensiones.
Se sospecha que no son los únicos del Gabinete, donde la menuda y sonriente Soraya Sáenz de Santamaría, la benjamina, aguanta el carro del poder como le permiten sus limitadas fuerzas. Ella es el sostén de un presidente tocadísimo y de unos compañeros de Consejo de Ministros que divagan perdidos entre sus propios problemas, como la resistente Ana Mato, y las dudas sobre lo que todavía Gürtel aún dará de sí sobre el Partido y el tal Bárcenas, que por algo le apodaban Luis el Cabrón en Génova, acabará revelando al juez y a los votantes.
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Desbandada monclovita
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