Pasará la crisis, no sabemos cuándo pero pasará, y entonces la sociedad española, la que sobreviva quiero decir, recordará seguramente con pavor la herencia que Mariano Rajoy, Montoro, De Guindos y demás comparsas de recortes y docilidad a Merkel, nos han legado. No hace falta una bola de cristal para conocer ya algunos males entre tantos como se están generando en este desmadre de corrupción, austeridad extrema, gobierno por el túnel del tiempo y hasta pobreza con hambre incorporada de millares de niños que se está generando.
Por de pronto, muchas personas vivirán menos ante la reducción de los tratamientos y medicinas en que está incurriendo el cada vez más restringido y privatizado sistema de salud; las futuras generaciones de jóvenes habrán vuelto a saber de carrerilla el credo y la letanía pero estarán peor preparados para enfrentar los nuevos tiempos que les toquen; el país lejos de reafirmar su condición seria y solvente se habrá convertido en un casino global y el humo del tabaco volverá a emponzoñar el ambiente y a llenar los hospitales de fumadores pasivos enfermos de cáncer…
La cultura será un triste recuerdo de lo que empezaba a ser, el cine emergente volverá a las sotanas y tricornios, y la marca España seguirá mostrando por el mundo adelante lo único que se ha conservado intacto: la sangría falsificada, las sevillanas al toque de guitarra de un aficionado japonés y la bandera roja y amarilla con unos cuernos de toro con los que algún facha intentará sustituir al escudo preconstitucional. Los avances sociales, desde los matrimonios gays al derecho al aborto pasando por la asistencia generalizada a la dependencia quedarán para la Historia como recuerdo de los avances estigmatizados.
Quedarán carreteras con más baches que los paisajes lunares, trenes achacosos, y aeropuertos convertidos en museos con el atractivo de no haber sido estrenados y casas de Cultura con goteras. España no será conocida ni por la madre que la está volviendo a parir. Recobrará, eso sí, su lugar en el mundo como el país retrógrado que casi siempre ha sido, tras el paréntesis contra la naturaleza de su esencia de modernidad recién liquidado, y recobrará, para satisfacción de algunos próceres internos, lo que muchos nunca han querido que dejase de ser: ¡diferente, coño!