Irak, suma y sigue

Opinión

Irak, suma y sigue

Han pasado diez años de aquella cumbre memorable de las Azores en la que José María Aznar se apuntó oficiosamente a hacer una genuflexión ante Bush para que atacase a Irak con pleno respaldo de España. La situación del país bajo el régimen de Sadam Husein era mala, pero tras la reunión de los tres “tenores” de la guerra en aquellas islas portuguesas, todo evolucionó a peor. Ha pasado una década y tras las matanzas brutales de los primeros días de la invasión, el goteo de muertes no se ha parado en ningún momento.

Los invasores, es decir los norteamericanos con algunas ayuditas británicas, y siempre la aquiescencia española, derribaron al dictador, lo quitaron del medio sin contemplaciones e impusieron una seudo democracia que lejos de satisfacer los deseos de libertad de los iraquíes lo que ha conseguido es transformar el territorio en una sucursal del infierno, peor de la que ya existía. No está Sadam – algo bueno tendría que tener la iniciativa — y los beneficios del petróleo ahora van a los Estados Unidos, pero la violencia no cesa de cobrar vidas.

Todos los días hay que añadir nuevos muertos a una lista interminable de víctimas que ya hay que contar por centenares de miles. En abril pasado, sin remontarnos a meses peores, los actos de violencia que siguen ensangrentando las ciudades dejaron, según datos proporcionados por Naciones Unidas, 712 muertos y 1.633 heridos. No se vislumbran perspectivas de que la convivencia mejore en el futuro, antes al contrario, todos los expertos coinciden que aquello no tiene visos de arreglarse.

La lectura de cifras de esta naturaleza invita sin duda a preguntarse qué se estarán planteando desde el fondo más recónditos de sus conciencias Bush, Blair, y de manera muy especial José María Aznar, a quien nada se le había perdido en aquel conflicto con muchos intereses – ninguno español por cierto – al que se apuntó el primero sin venir a cuento y, como los demostraron las manifestaciones callejeras en contra, sin escuchar a una opinión pública que lo rechazaba incluso cuando aún no sabía que las razones argumentadas por Washington para invadir eran falsas.

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