En los últimos días, los militantes y cuadros medios del PP empiezan a tener una idea, más o menos, precisa de lo que les espera a corto y medio plazo: una verdadera desbandada de líderes desunidos, campando por sus respetos, en busca de la imposible salvación, que no va a alcanzar para todos.
Y así, reaparece Aguirre con su estribillo machacón de que hay que bajar los impuestos. O se reconvierte Monago, el presidente extremeño que gobierna ‘en coalición’ con IU, paladín del sector cultural por su cruzada contra el IVA del 21%, impulsor de pactos con los socialistas y amigo de Felipe Gónzalez. Y hasta Núñez Feijóo, el apoyo de líder, con muchos problemas propios de los que preocuparse, pide a Rajoy que de la cara y explique las cosas.
Como repite un veterano periodista: la lógica al final se impone siempre. Aunque, a veces, tarde. Y el vértigo de declaraciones contradictorias, reproches y presentación de programas alternativos que empieza a producirse en el partido del Gobierno es una nueva demostración de que ese principio se cumple inexorablemente.
No era fácil que los ajustes, los recortes y la destrucción de los derechos sociales trabajosamente conquistados no tuviera consecuencias para ese PP entusiasta que ha conseguido empeorar sustancialmente y en en tiempo récord el desolador cuadro económico que había dibujado en España el Ejecutivo de Zapatero.
La onda expansiva de esta política de ‘tierra quemada’ que Rajoy impone a mayor gloria de Angela Merkel en un país inmerso en un callejón sin salida, empieza a llegar a los ayuntamientos, las autonomías y la militancia de a pie exige respuestas. Aunque eso no es lo peor. Lo más complicado es calmar a esos profesionales del partido que temen por su cargo y su futuro cada vez que leen una encuesta.
Quizá Mariano Rajoy no se haya dado cuenta aún, pero muchos de sus acompañantes en esta caótica aventura sí lo saben. O empiezan a barruntárselo. Las próximas elecciones no van a consistir en la tradicional batalla contra el enemigo-amigo. No estamos ante esos viejos comicios tranquilos de los tiempos de la alternancia de poder en los que se trataba de desplazar al PSOE. Los socialistas se derrumban también, pero ese es un pobre consuelo.
Ahora todo consiste en saber cuántos diputados van a sacarse. Y como se percibe que conseguir 120, tal y como están las cosas, puede ser un objetivo imposible, cada uno se inventa su propio mensaje para capturar los votos a lazo en su territorio electoral. Más aún cuando entra dentro de lo probable perder también autonomías históricas y alcaldías controladas por los siglos de los siglos.
La cosa está mal y peor puede estar, cuando llegue la hora de elaborar las listas y el que más y el que menos quiera ponerse a salvo y ocupar esos lugares en los que casi con certeza de obtiene la poltrona.