Contentos deben de estar los diplomáticos españoles, empezando por el propio ministro de Asuntos Exteriores, con el tal Angel Carromero y la flexibilidad de su memoria. Todos se volcaron en las negociaciones con las autoridades cubanas, que nunca resultan fáciles y menos para un Gobierno cuyo partido tanto les critica, para que pudiese abandonar la sórdida prisión en que se hallaba cumpliendo condena tras el accidente en el que perdieron la vida dos disidentes del régimen castrista, uno de ellos el líder Osvaldo Payá.
Carromero era el conductor del coche y, aunque un accidente le puede ocurrir a cualquiera, no debía ser un as al volante — cuando en España ya se había quedado sin puntos –, y menos para moverse por las penosas carreteras cubanas, polvorientas, surcadas de baches, mal señalizadas… en fin, una calamidad. Y, una vez condenado, seguramente con más dureza de la que propiciarían las leyes de un país democrático, declaró cómo había ocurrido el fatal desastre, del que poco menos que se inculpó.
Una declaración que sirvió a los diplomáticos acreditados en La Habana y al propio ministro desde Nueva York para pactar las condiciones de su liberación o, mejor dicho, de su traslado a España para que acabe aquí de cumplir la pena. Ignoro las condiciones que los cubanos pusieron para pactar su traslado a Madrid, sólo imagino que debieron ser leoninas, pero lo cierto es que Carromero aparte de estarse revelando como un gran mentiroso, no las está cumpliendo.
Ya en Madrid, y una vez recuperado su cargo en el Ayuntamiento, apenas le faltaron días para desdecirse de sus declaraciones ante los tribunales cubanos, para lanzar sospechas, qué digo sospechas, acusaciones, sobre el accidente, que ahora asegura que fue provocado, dejando a sus valedores diplomáticos simple y llanamente con el culo al aire. No está claro cual de sus versiones es la verdadera, o visto lo oído quizás no lo sea ninguna, pero lo que sí ha quedado claro que en una de las dos miente.
Claro que eso con ser deplorable, no es lo peor. Lo peor es que los cubanos habrán tomado buena nota — buenos son sus sabuesos para esas cosas –, y que la próxima vez que surja algún problema con otro español, del tipo que sea, el recuerdo de Carromero y su capacidad para decir digo donde dije Diego, le perjudicará porque hará mucho más difícil llegar a un entendimiento de este tipo. Es evidente, argumentarán, que ustedes no saben hacer honor a sus compromisos y lo grave es que esa vez van a tener razón.
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Carromero y sus mentiras
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