Cristóbal Montoro no se caracteriza ni por su facundia ni por su discreción. Cuando habla, lo único que medianamente se le entiende no es lo que dice, si no lo que insinúa. Y lo que a veces insinúa apunta muy poco de la discreción y respeto con que debería ejercer el cargo. Todos entendíamos hasta ahora que los datos fiscales de las personas son secretos y que es competencia de la Agencia Tributaria, eso sí, comprobarlos y, llegado el caso, sancionarlos.
Pero no airearlos y menos con fines políticos como tal parece que viene haciendo el ministro de Hacienda incluso desde el Parlamento. Montoro en las últimas semanas ha acusado, y no tan veladamente, a los actores que no se muestran muy conformes con las actuaciones del Gobierno, a algunos diputados de la oposición e incluso a partidos políticos de no cumplir con sus obligaciones fiscales.
Ignoro si cuando se refiere a partidos políticos habla del PP, cuyas interioridades están tan en duda estos días y él debe conocer bien, o a correligionarios suyos como Luis Barcenas, a quien seguro que tuvo en el pasado en su ámbito de relaciones. Pero en cualquier caso, trátese de quien se trate cuando lanza semejantes insinuaciones sus palabras, mientras no las precise y además de precisarlas actúe en consecuencia, entran en el terreno de la difamación.
Sembrar dudas sobre la honradez ajena sin aportar pruebas y sin formular las oportunas denuncias no sé si es delito conforme a nuestra Legislación, pero si recuerdo que es pecado salvo el caso, que no creo, de que los principios cristianos hayan cambiado desde que estudié religión en el bachiller. Todos sabemos que hay mucho fraude fiscal en España y que probablemente incurren en él miembros de diferentes colectivos sociales.
Pero lo que tiene que hacer la Agencia Tributaria, que para eso cuenta con funcionarios competentes y deseosos de cumplir con su obligación, es perseguirlo, descubrirlo y a partir de ahí dar los pasos que procedan. Todo menos chivárselo en exclusiva a un ministro para que juegue con esos datos de forma ambigua y sinuosa. Ninguno de los predecesores de Montoro en el cargo incurrió en semejante desfachatez al menos de manera tan descarada.
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Montoro, el ministro indiscreto
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