La crisis ha hecho famosas las colas, unas veces ante las ventanillas del paro, otras ante los comedores sociales, otras ante el puente de Segovia para tirarse de cabeza ante el inminente desahucio, que la Cospedal quiere borrar del diccionario. Pero no son las únicas, hay más colas que chocan a personas como un servidor, de entendederas limitadas, en estos tiempos que corren. Son las colas de la abundancia.
Una la contemplaron y muchos gijoneses protagonizaron hace unos días en el centro de su ciudad donde se espera, como el gran acontecimiento del siglo, que el 26 de junio — si el tiempo lo permite, claro – que actúe Bruce Springsteen. Será, aseguran sus promotores con orgullo, el único concierto que se propone ofrecer el “Boss” este año en España y sus seguidores han reaccionado en consecuencia, tal y como si se llamasen Bárcenas.
Manuel Rodríguez, un vecino de la localidad próxima de Candás, por ejemplo, se instaló ante la taquilla del teatro dos días antes, aguantó a pie firme 38 horas, y se vio compensado con el honor de poder comprar la primera de las 30.325 localidades que se pusieron a la venta a precios que oscilaban entre los 200 y los 1.000 euros, una ganga para despedidos del PP pero poco accesibles a desempleados y demás víctimas de los ajustes en otras instituciones y empresas.
Al principio Rodríguez estaba sólo, esperando a que apareciese la taquillera que no llegó hasta las diez en punto de la fecha prevista, del jueves, pero luego la cola se fue ampliando y ya fueron más de un centenar los que se pasaron allí la noche embozados bajo el “orbayu” y temperaturas por debajo de los cinco grados, que con la humedad del lugar no resultan precisamente calurosas.
Pues, nada, que de crisis nada de nada y en cuatro horas de reloj la taquillera, que no se paró ni para respirar, con la misión brillantemente cumplida, colgó el cartelito de no hay localidades, cerró la ventanita y sin pararse a escuchar los lamentos de muchos frustrados clientes se marchó a almorzar, seguramente más hambrienta de lo habitual después de una mañana en la que se le durmieron las muñecas de tanto expedir entradas.
En cuatro horas se agotó el aforo y se garantizó que en la paupérrima España para algunas cosas y sobre todo para algunos suertudos ciudadanos el dinero no es un problema. Cuando regrese a los Estados Unidos si alguien como su amigo Obama le pregunta por la crisis en España, Bruce Springsteen seguramente se encogerá de hombros y responderá: “No la he notado. Todo el mundo pagó a tocateja. España es un país muy raro”.
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Las colas de la crisis
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