El inicio del segundo mandato de Barack Obama en la presidencia de EEUU parece anunciar algunos cambios en sus objetivos políticos de y, sobre todo, en las formas usadas para conseguirlos que quizá tenga consecuencias más allá del propio territorio estadounidense y que podrían cambiar la actual configuración de la industria financiera internacional.
Los analistas más dados a encontrarle significado a los gestos en apariencia poco relevantes explican que el reciente ataque judicial emprendido por Washington contra la agencia de calificación de solvencia S&P presenta unas características inusuales y de gran dureza que pueden acabar con esta compañía, del mismo modo que hace unos cuántos años, la resaca de aquel devastador ‘caso Enron’ se llevó por delante a la antaño todopoderosa Arthur Andersen.
Y si S&P tiembla, Moody´s y Fitch tienen motivos para preocuparse también, por supuesto. Más allá de que, como cuentan en algunos blogs, los hombres de Obama hayan empezado su ataque por aquella compañía que se atrevió a quitarle la triple A a EEUU, la posible venganza, sólo sería un regalo tomado al paso en una campaña que pretendería otra cosa: derrumbar la peligrosa pirámide de los derivados financieros empezando por la base.
Sin los rátings, sin esas triples aes de las que gozaron productos tan emocionantes como las hipotecas ‘subprime’ sencillamente es imposible montar esas estructuras financieras de tan triste recuerdo. Y sin derivados, el Wall Street que hoy conocemos, desaparecerá, tendrá que reinventarse, reconvertirse y la inversión en bolsa quizá volverá a ser una profesión de hombres grises y severos contables, como ya empieza a pasar en el sector bancario, otro de los negocios en los que se han desarrollado esos ‘amos del universo’ que, al final resultaron ser tan perjudiciales para el resto de la humanidad.
Y, desde algunos sectores cercanos a la Casa Blanca, se han escrito muchas piezas estos días, en blogs especializados y en prensa afín, con el New York Times a la cabeza, donde personas del entorno de Obama han explicado los motivos por los que habría que tomarse muy en serio este ataque, que pretendería ser definitivo, contra el reinado de las agencias de ratings en los mercados financieros.
En esencia son tres: primero, Washington no va a conformarse esta vez, o eso cuentan estos ‘correveidiles’, con un acuerdo extrajudicial o una multa que no incluya un reconocimiento de culpabilidad. Ese sistema, habitual casi siempre cuando los componentes de la industria financiera se ven en malos pasos, ha sido descartado. Luego, el ataque se dirige esta vez también contra los accionistas de las agencias. De ahí que, por ejemplo, la cantidad que se le exige a S&P, sea similar a los beneficios de un año de Mc Graw Hill. Y, por último, Obama quiere dejar establecido que la libertad de expresión, derecho fundamental que ampararía los ratings, no sirve como parapeto cuando se ha cometido un delito.
La música suena bien y la letra parece adecuada. Sin embargo, algunos observadores escépticos aconsejan esperar acontecimientos antes de dar por sentado que Obama pasará a la historia como el presidente de EEUU que le bajó los humos a los bárbaros de Wall Street, el partido será largo y los cambios de rumbo de los inquilinos de la Casa Blanca en función de intereses políticos coyunturales son tan habituales como sus ampulosas declaraciones o, el hecho de que no siempre cumplan lo que prometen.
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