En los últimos tiempos, el panorama político madrileño se ve claramente marcado por dos partidos, el PP y el PSOE, hasta ahora hegemónicos que se acercan al inevitable cierre de un ciclo no especialmente brillante sin que quienes todavía ocupan los puestos de dirección en ambas formaciones parezcan dispuestos a echarse a un lado. Pero, seguro que no van a tener más remedio que hacerlo. Y más pronto que tarde.
El peligroso enroque de esos líderes quemados, que aumenta sustancialmente la desafección de los ciudadanos de la capital de España hacia unas instituciones que pocas veces han sentido como propias, responde, según muchos analistas que conocen los entresijos de la Villa y Corte, a una necesidad de mantenerse en las alturas para defender los intereses, fundamentalmente económicos, de las círculos de poder que les encumbraron. Pero la virulencia de la crisis puede complicar, y mucho, este propósito.
Aunque los mecanismos para generar el ‘hooliganismo’ y el seguimiento fanático de los grupos de votantes, que tan bien supo y sabe manejar Esperanza Aguirre, todavía funcionan, la realidad va dejando al descubierto, el lado sórdido de una estrategia basada en las cortinas de humo como único ideario político.
Por eso, el ‘y tú más…’ que les ha servido a unos y otros durante más de una década para justificar comportamientos imperdonables empieza a fracasar como argumento único. La tragedia del Madrid Arena, la ruina de Caja Madrid, los recortes en servicios sociales, las privatizaciones encubiertas y el dispendio de lo público de los que unos hacen gala sin que otros tengan la menor alternativa creíble que ofrecer empiezan a generar una corriente de malestar profundo que va a terminar por llevárselos por delante.
Sin contar con la mediocridad que los madrileños parecen percibir en esos segundos espadas que ocupan ahora el sillón de sus mayores. En el bando de los populares, ni Ignacio González, ni Ana Botella, ni ninguna de las figuras políticas de las que se componen sus equipos tienen la talla de Esperanza Aguirre o Alberto Ruiz Gallardón. Sin contar con que estos se vieron beneficiados porque su torpe gestión económica, por ejemplo, quedó oculta por la bonanza de los tiempos en que desarrollaron buena parte de su mandato.
Pero la situación del PSOE aún es más complicada si cabe. Hace muchas décadas ya, desde los tiempos de Enrique Tierno Galván y Joaquín Leguina que los socialistas madrileños, permanentemente enfrentados entre si y rodeados siempre por el halo de la sospecha, carecen, de un líder creíble y de un programa político concreto y propio para resolver los problemas de esta autonomía. Y tampoco lo tienen ahora, o eso le parece a buena parte de sus votantes históricos que han dejado de confiar en ellos.