Vivir en España según están las cosas no es fácil, pero como contrapartida el Gobierno lo ha puesto barato. Ciento sesenta mil euros, que según se mire no es mucho para quien tiene posibles, van a conceder el derecho a la residencia entre nosotros a los extranjeros dispuestos a desembolsarlos. Bastará con comprar una casa, piso o apartamento por ese importe, o más, claro, para adquirir un derecho que a muchos trabajadores foráneos les ha venido costando mucho peligro en la patera, mucho sudor en el curro, y mucha ayuda de Dios para lograrlo.
Hay que vender las viviendas que se construyeron a lo loco en los años de las hipotecas fáciles y, por lo que se concluye, ahora no queda más remedio que poner el permiso de residencia en saldo para que el banco malo no resulte malo de cojones. Veremos si la iniciativa tiene éxito y, lo más importante, vamos a ver enseguida si no acaba creando problemas. Es decir, más problemas de los que ya tenemos con la presencia por nuestras zonas residenciales de delincuentes de variada calañaza, reclamados por policías de medio mundo.
La residencia de forasteros tiene que estar abierta, por supuesto, a gente de bien, pero puede convertirse en un riesgo si se abre sin más requisitos a cualquiera que exhiba talonario con fondos. Los europeos, los procedentes de países socios en la UE no necesitan ese requisito, y son muchos pensionistas los que vienen a disfrutar de nuestro sol, nuestra sangría y nuestra hospitalidad a cambio de gastarse sus modestos recursos. Bienvenidos son y espero que sigan siéndolo.
Pero que otros más desconocidos – por supuesto que no todos –, sin más derechos de libre tránsito que el que aquí les abre el dinero puedan convertirse de la noche a la mañana en nuestros vecinos de escalera, parece que asusta un poco. El mundo está saturado de mafias, de narcotraficantes, de torturadores y hasta de asesinos a sueldo que buscan refugios para escaquearse de la Justicia. Nuestras policías, ahora que les han quitado la pega extra de Navidad, además van a tener que ampliar sus antenas, trabajar mayor número de horas y permanecer vigilantes más tiempo si realmente la oferta funciona, las viviendas se venden a gogó y entre sus compradores esto se nos llega de eso, de indeseables. Tal y como si ya tuviésemos pocos pululando por el barrio.
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