Este Gobierno está empezando a desesperar a mi jefe. El último episodio, que se incluye de aquella manera en el caso Bankia, es el de anunciar que se va anunciar una reforma financiera en el plazo de una semana. Siete días que tienen ahí los especuladores para aprovecharse, valga la redundancia, del anuncio.
El que me paga ha empezado con una corrección sobre sus propias palabras: primero ha dicho que hay que asumir que el Gobierno de Rajoy no tiene problemas psiquiátricos y luego ha dicho que quizá eso sea mucho suponer. En cualquier caso, mi jefe opina que parecen haber tomado en La Moncloa buena nota de la actuación del Gobierno argentino, cuando comenzó a calentar el mercado fomentando una caída de YPF previa a su reciente expropiación.
Porque no tiene mucho sentido, al menos para el que me paga el sueldo, eso de decirle a los mercados («a eso que llaman los mercados», matiza) un lunes que el sistema financiero español está realmente mal y que por eso en unos días van a anunciar medidas drásticas al respecto. Hasta un estudiante de primero de carrera sabe perfectamente que eso es darle gasolina al pirómano, tal y como están las cosas.
Sin embargo, no deja de ser sorprendente, con la que está cayendo y con la actitud de Rajoy, la tolerancia relativa con la que actúan esos supuestos mercados llenos de especuladores. Podían haber arrasado España más de una vez y más de dos, pues el presidente se lo pone a huevo con perlas como ésta de la reforma bancaria o la que soltó en Cartagena de Indias hace unas semanas, cuando prácticamente se dedicó a mendigar aspirinas porque decía no tener dinero para pagarlas.