Llover a gusto de nadie

Opinión

Llover a gusto de nadie

Nunca llueve a gusto de todos, ya lo sabemos desde que tenemos uso de razón. Pero esta Semana Santa recién pasada la lluvia más esperada en mucho tiempo fue la que causó más perjuicios, más trastornos y más gestos de rechazo, y por lo tanto menos polémica. Llevábamos muchos meses de sequía pertinaz, como decían los viejos cronistas, los campos se hallaban prematuramente agostados y las cosechas amenazando con frustrarse, pero quien más quien menos deseaba que el sol se prolongase unos días más — total ya daba lo mismo — para permitir que la crisis por lo menos nos dejase disfrutar del paréntesis festivo.

No fue así y la lluvia arreció cuando más daño hacía. Se ve que estamos en tiempos de vacas flacas porque la era Rajoy, que algunos esperaban cargada de bienes, no está trayendo más que problemas, unos renovados y otros nuevos y aún más negros. Los chaparrones ni siquiera respetaron a los creyentes ni a las imágenes y pasos de la Pasión que en muchos casos tuvieron que permanecer en los templos para no sufrir daños irreparables en espera de mejores momentos para procesionar. Dios, El sabrá por qué, no está este año de penurias ni siquiera con quienes sacrifican las madrugadas para salir adorarle a la intemperie.

También fue mala, fatal, la lluvia para los hosteleros que aguardaban impacientes y esperanzados llenar sus establecimientos y así tapar agujeros en espera del turismo estival. Los meteorólogos de la tele anticiparon – esta vez con precisión, sí – lo que se venía encima, los nubarrones lo corroboraron enseguida, y las cancelaciones de reservas y las suspensiones de desplazamientos no se hicieron esperar. Mala suerte para todos, empezando por los sufridos ciudadanos, niños incluidos, que tuvieron, es decir, que tuvimos, que quedarse, o sea quedarnos, en casa viendo cómo caía la lluvia a través de los cristales.

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