El viernes 30 de marzo, el Gobierno español que preside Mariano Rajoy presentó por fin sus primeros y esperados Presupuestos. Unas cuentas, que ya eran polémicas antes de nacer, que incluyen el mayor ajuste de la historia y otras peculiaridades de complicada explicación con las que se pretende aumentar los ingresos fiscales.
En el Ejecutivo, además, se era consciente de la atención que en España y en el mundo se le iba a prestar tanto al texto como a la forma de hacerlo público. Y, por primera vez en años los portavoces del Ejecutivo no achacaron a la herencia socialista la necesidad perentoria de empuñar la tijera y recortar el déficit. Algo que siempre han hecho desde los tiempos inmemoriales en los que sólo eran el principal partido de la oposición.
Algo ha quedado claro y los nuevos responsables de marcar el rumbo de la economía española para conseguir que salga de la crisis han podido percibirlo de primera mano. La fronteras que marcan las exigencias de Bruselas son móviles y asimétrica, de tal modo, que a España se le exigen esfuerzos que comprometen la recuperación a medio plazo sin comprometerse a cambio a potenciar estrategias que compensen el impacto de los recortes. Justo lo mismo que se ha hecho con Grecia, Portugal e Irlanda, países cuya trayectoria bien conocida tiene poco de ejemplo a seguir.
Por eso, quizá no este mal la idea de que a España le conviene ahora agruparse con esos sectores, cuya cabeza visible es Mario Monti, que cuestionan las recetas alemanas y buscan alternativas al recorte por el recorte. Sobre todo, porque el propio milagro económico germano, que estaría basado en las recetas que Merkel y los suyos han conseguido imponer al resto quizá se más un mito que una realidad tangible, como se demuestra en las últimas estadísticas de crecimiento.
Con lo que tal vez, la manera de encarar el futuro inmediato sea introducir algo de tranquilidad en los ritmos y los tiempos de la estrategia que busca la recuperación de la economía con la obligación de proseguir con los recortes como condición impuesta por Bruselas. Sobre todo, porque lo único que es seguro a estas alturas es que por más tijera que se aplique o reformas estructurales que se presenten, los mercados, o mejor dicho, los especuladores financieros internacionales no van a dejar de atacar a la deuda española puesto que su guerra es contra el euro y en ese guión España sólo es un paso más en el camino. Eso sí, quizá el definitivo.
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Un poquito de tranquilidad
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