Se aceptan apuestas, pero hay muchas posibilidades de que la reforma laboral que va a efectuar Rajoy sea alicorta y poco significativa. Todo parece indicar que las nuevas normas que serán aprobadas, tienen muy poco que ver con las que configuraron la flexibilización del mercado que se introdujo en Alemania en 2003. Una reforma que, por cierto, realizó el último canciller socialdemócrata que ha tenido el país teutón, Gerald Schröeder y que tal vez explique los motivos por los que el SPD no ha vuelto a ganar unas elecciones generales desde entonces.
Pero volviendo al territorio español, si es probable que la reforma laboral en curso termine, como hemos dicho antes, en un intento descafeinado y alicorto una vez más es, sobre todo, como consecuencia de que ni a la profesionalizada CEOE ni a los profesionalizados sindicatos mayoritarios les interesa demasiado que se profundice de verdad en las desregulaciones porque en caso de hacerse ambas organizaciones perderían su razón de ser.
Hay demasiados intereses creados en juego, en el más puro ámbito de la supervivencia personal, para que los barcos que zarpan lleguen a algún puerto porque estas instituciones se han convertido en verdaderos grupos de presión en busca de asegurar determinados intereses particulares. Desde las archiconocidas subvenciones hasta el dinero que unos y otros reciben para los cursos de formación, por ejemplo.
La piedra de toque es pretender acabar con la negociación colectiva y sus ámbitos de vigencia territoriales que es el gran elemento que impide dinamizar el mercado laboral español. Porque el coste de la vida no es el mismo en unos territorios que en otros y quizá los sueldos correspondientes a las mismas tareas no debieran ser iguales. Al final, además, quien pierde con esto es el trabajador. El que vive en las zonas más caras porque es proporcionalmente más pobre que sus colegas. Y estos, a su vez, porque lo elevado de sus sueldos impide un mayor reparto del empleo disponible.
A la vista de lo demostrado hasta ahora no da la impresión que Rajoy se plantee acabar con la arquitectura de los actuales agentes sociales. Un esquema que plantearon en la década de los ochenta, Carlos Ferrer Salat y José María Cuevas, por parte de los empresarios y Marcelino Camacho y Nicolás Redondo desde el territorio de los sindicatos. Y eso que los tiempos y el contexto son distintos, de tal modo que aquello que en algún momento pudo servir para avanzar, ahora puede constituirse en un poderoso freno.
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¿Una reforma laboral descafeinada?
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