En la medida que avanza el tiempo transcurrido tras la apabullantes victoria electoral del PP, aumenta también la sensación de sorpresa de los ciudadanos que esperaban que el nuevo Gobierno llegará al poder con las cosas mucho mejor pensadas.
Los más optimistas aseguraban que Rajoy y su equipo traerían un minucioso programa económico que poner en práctica. Unas ideas claras y contundentes en línea con el estribillo de aquellos ‘mítines’ en los que los candidatos populares repetían una y otra vez, a veces hasta la parodia de si mismos, que sabían lo que había que hacer e iban a hacerlo. Especialmente en lo tocante a la fórmula para salir de la crisis.
Sin embargo, no pasa semana sin que la vicepresidenta Soraya Saénz de Santamaría tenga que matizar o corregir a los dos ministros del área económica que suelen sembrar el desconcierto con posiciones distintas sobre cuestiones más que variadas. Es cierto que se han encontrado con un amplio abanico de problemas, pero, titulares a parte, no se ven ni hojas de ruta, ni estrategias definidas.
Un caso paradigmático sería la necesaria reforma del sistema financiero de la que se sabe muy poco más que lo que se desprende de un par de comentarios relativos a que no se piensa poner en marcha un banco malo para los activos inmobiliarios dañados y que, a cambio, sí se piensa en impulsar las fusiones entre entidades.
Esta incocrección resulta más chocante si cabe, cuando la reforma bancaria fue uno de los pocos compromisos concretos enunciados por Rajoy en su discurso de investidura, en el que le puso fecha a la tarea y explicó que estaría terminada antes de junio. Y, desde luego, que resulta urgente llevar a cabo las reparaciones necesarias en un sector cuya eficiencia se deteriora a toda velocidad.
Se sabe, o se intuye que van a desaparecer las cajas de ahorro. Lo que supone la desaparición del 50% del sistema financiero. La mitad de ellas, además, están aquejadas de severos problemas de solvencia, que habrá que cubrir, sin que se haya puesto blanco sobre negro quién lo hará ni quien proporcionará los recursos necesarios.
Falta aquí una definición clara del modelo de sistema financiero que se pretende para este país y de los mecanismos que se emplearán para financiera su necesario saneamiento. Un proceso imprescindible para que esta estructura recobre la solidez que necesita la economía empiece a distribuir el crédito y propicie el crecimiento.
Por todo lo dicho, queda claro que la reflexión sobre cuál es el modelo financiero al que vamos no es un debate restringido a los expertos, a los inversores o a los propios banqueros. Afecta a todos los ciudadanos porque sin ese crecimiento que debe llegar y que necesita el crédito para generarse no habrá tampoco creación de empleo.
Y, por último, quizá se echa en falta también una identificación de los gestores concretos que pondrán en práctica las recetas. En este caso, por cierto, se necesitarían buenos banqueros con experiencia acreditada en el sector para lidiar con los problemas acumulados. Y resulta que quizá haya quedado alguno libre con capacidad para aspirar al puesto, a tenor de las informaciones que se han conocido en los últimos días.