Entre nosotros, sin que salga de estas columnas y sus amables lectores, yo le estoy muy reconocido a Silvio Berlusconi. No, que nadie piense mal, nunca he recibido ninguno de sus sobornos ni he sido invitado a sus festolines de Villa Certosa ni siquiera he tenido oportunidad de verle la jeta maquillada de cerca. Pero le estoy reconocido porque es sin lugar a dudas la persona, personaje o personajillo, que más contribuye a que cada martes y cada viernes pueda cumplir mi compromiso con esta página de EL BOLETIN. Es quien más tema me proporciona y eso, los que pasamos a menudo por la penuria de no saber de qué escribir cuando la hora del cierre ya apremia, es algo que no tiene precio, y digno, por lo tanto, de agradecer.
Berlusconi es un esperpento cotidiano y progresivo. No se agota y sus payasadas, bueno, dejémoslo en excentricidades en respeto a sus votantes, siempre aparecen listas para que uno, por ejemplo yo mismo, a pesar de que ya no suele sorprenderse de nada, pueda sacar a flote su ironía y ensartar unas líneas que pongan al corriente al respetable de que el clown que gobierna Italia sigue en plena forma. Los millones y el poder no le han hecho olvidar ni dejar de ensayar sus habilidades de rapsoda con las que se ganó la vida y el comienzo de su fortuna amenizando las veladas de los cruceros de la tercera edad por las aguas del Adriático. Cantar, por supuesto mal, le priva y no pone reparos a castigar a quien se arriesga a escucharlo cada año con nuevas creaciones.
La última -de momento, claro- la pondrá a la venta hacia el veinte este mes y no abordará la crisis que agobia a Italia, en buena medida por su mal tino enfrentándola, si no del amor. Es lo que le encandila aunque se trata de amor efímero y pagado a tocateja como de vez en cuando se descubre que lo procura. El disco se titulará “El verdadero amor” que, dicho sea de paso, en su mentalidad no podemos imaginarnos cual será. Por ahora el único perdurable que se le conoce es el del poder y el dinero.