La última propuesta que se baraja aplicar desde Bruselas es que los bancos que hayan tenido acceso a ayudas públicas de algún tipo no puedan repartir ni dividendos ni tampoco primas a sus directivos -inventadas en la teoría para premiar una buena gestión, aunque esto ahora suene paradójico-.
Mi jefe ha aplaudido este debate aunque ha comentado que le parece tan lógico que esto se esté estudiando que lo que no entiende es cómo no se había hecho hasta ahora, con la que ha caído. Y lo que nos queda por ver caer.
No entiende mi jefe además cómo una inyección de dinero público no equivale una imposición de gestores públicos de forma automática. Y lamenta que las fronteras entre lo público y lo privado hayan sido más difusas de lo recomendable en los últimos años.
En cuanto al saneamiento de la banca, me vuelve a repetir lo mismo. Que hay que sentar a los bancos y convencerles de que se les va a sacar del hoyo, con dinero público si es preciso. Pero para ello primero deben reconocer dónde han fallado, cómo han fallado y cuánto les (y ahora nos) ha costado ese maldito fallo. O fallos.
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Con dinero público no hay dividendos
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