Con esto de la crisis del euro mi jefe insiste una y otra vez en pronunciar su nuevo ‘mantra’: no sé qué es lo que está pasando, pero se que lo que me cuentan no es lo que pasa. Según él lo que sucede es que ya no hay quién entienda los balances de los bancos. Desde que llegaron los derivados ningún contable externo, al que cocina los libros de la casa, puede entender los números que en ellos hay escritos.
De modo que, según mi jefe, antes que hacer ejercicios de transparencia, habría que contratar traductores para intentar adivinar cuál es la dimensión exacta de agujero del que estamos hablando. Ni ellos mismos saben, afirma mi jefe, cuál es la cantidad de pasta que tendríamos que imprimir para reponer el destrozo.
Y lo malo es que mientras no se sepa, parece complicado encontrar un posible ‘arreglo’ para la dramática situación de la economía mundial. De momento, las toneladas de dinero que las autoridades globales han inyectado en los bancos han resultado insuficientes para tapar un agujero que impide que la circulación de efectivo llegue a consumidores.
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Las cifras que nadie conoce
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