Los ministros de Zimbabwe tendrán que pasar, pito al aire, por el quirófano para que el cirujano de guardia proceda a circuncidarles igual que si se tratase de adolescentes con fimosis. No son judíos, por lo tanto nada de rito religioso ni de costumbre atávica. Lo que pasa es que el Gobierno de Robert Mugabe, uno de los dirigentes africanos más despóticos y corruptos, quiere erradicar el sida del país, una medida sabia y plausible, y se ve que alguien le ha chivado que la circuncisión reduce el peligro de contagio en un sesenta por ciento. En Zimbabwe, antes Rhodesia, una de cada siete personas es portadora del VIH, el virus del sida.
Los propósitos gubernamentales cifran en 1,2 millones el número de hombres que deben someterse a la circuncisión en cinco años y, para dar ejemplo, los primeros que deben someterse a la prueba son los ministros. Hay que dar ejemplo, les argumentó la viceprimera ministra, Thokozani Khupe, la encargada de coordinar la operación, cuando reunió al Gabinete para comunicar al sector masculino lo que les espera en las próximas semanas. No habrá excepciones por más que la edad de algunos lo recomiende.
Thokozani es mujer de armas tomar — si no nunca hubiese llegado a donde llegó – y, seguramente porque ella no tendrá que pasar por la experiencia, no ha admitido los reparos y lamentos de los amenazados por el bisturí. Bastantes privilegios tienen ya los ministros como para negarse a ejercer de conejitos de indias. La salud es lo primero y un Gobierno como Dios manda no debe escaquear sacrificios cuando se trata de que los ciudadanos puedan disfrutarla. Bastantes privaciones tienen que sufrir los habitantes de Zimbabwe bajo semejante régimen como el que les ha tocado.