El mundo se hunde y nosotros nos enamorados, decían en Casablanca y lo repiten Alberto de Mónaco y su Charlene a través del twitter. Parece extraño que para que dos recién casados estén juntos tengan que acudir al teclado de la Blackberry porque duermen en hoteles separados. Besos de ciento cuarenta caracteres con abreviaturas y símbolos.
Charlene tiene aire de princesa de almena y como tal se ha buscado un hotel a quince kilómetros de su marido. Pero si ella tiene aspecto de cautiva permanente, a él es difícil imaginarlo trepando por una escala hasta el balcón de Charlene. Además, los hoteles modernos no tienen ventanas practicables, dicen que por razones de seguridad pero ahora nos damos cuenta de que las ventanas no abren para no dejar escapar suspiros de princesas. Por eso usan la Blackberry. Y por eso no llega el rumor de las olas como a los castillos de costa, si no el hilo musical dónde todo lo que se escucha parece “el veranito”.
Nadie podrá decir que Alberto y Charlene se amen con menor intensidad, o que se quieran de manera tangencial. Ellos se quieren, se necesitan, pero no gastan besos si no batería del móvil. Es verdad, suena extraño… (y quizá algo más: es “completamente extraño”). Charlene asomada a la cristalera oscura de la suite recuerda a su suegra, Grace Kelly, en el cartel de “La Ventana Indiscreta”. En cambio Alberto no tiene aire de galán de Hitchcock, más bien parece el doble de Paquirrín. Pero eso no es nada, lo importante es que siguen su luna de hiel llena de mensajes de amor a distancia.