Cuándo el eurodiputado de UPyD, Sosa Wagner, levantó el pepino para dirigirse a la cámara lo que hizo es retomar el viejo concepto del honor de las novelas cervantinas. Pero esta vez no eran espejismos de molino si no gigantes en toda condición, y contra ellos cargó con el pepino en ristre. A veces un buen gesto vale por cien consejos de ministros, (y si es de este Gobierno es posible que sean doscientos consejos de ministros).
Sosa Wagner se queda solo en la carga de la Brigada Pepinera, la Ministra de Medio Ambiente no reclamará ante Alemania, y tampoco exigirá disculpas de Cornelia que con un chascarrillo de vecindad nos ha complicado la existencia hasta la misma ruina. Tardará mucho tiempo en recuperarse la confianza en el campo español, un campo del que no se ocupa nadie desde que Delibes escribió «Los santos inocentes». Hemos creído que con repartir las subvenciones europeas ya teníamos bastante y de esa forma nadie iba a quejarse.
La crisis del pepino deja al aire las vergüenzas que tenemos con el sector agrario del que desconocemos tanto como parece, y algo más. El campo sólo ha interesado cuándo se ha tratado de urbanizarlo para construir unos adosados y llevarse la correspondiente comisión del huerto heredado del abuelo. De todos los árboles que había junto al pozo el que más nos ha interesado es el que da la fruta de la comisión.
Cornelia debería pedir perdón y nosotros también. Ella por una sandez y nosotros por menospreciar al pepino.
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