Adiós a los menús mugrientos, forrados con celofán sobado de los tiempos de Primo de Rivera, que en algunos restaurantes de vocación cutre invitan a lavarse las manos después de ordenar la comanda al camarero y antes de tocar la servilleta. La informática va a librarnos de tan frecuente motivo de asco a la hora de comer o cenar.
Un ingenioso vallisoletano imaginativo, Cipriano Bote de nombre, ha tenido la genial e higiénica iniciativa de sustituir los menús tradicionales, en papel garrapateado con crucecitas anulando los platos que no quedan, por derivados de las nuevas tecnologías informáticas, que para eso están. En el futuro, porque su invento cundirá enseguida, ya lo verán, el cliente recibirá una tarjeta multimedia con iconos en colores y al tacto, sin fórmulas raras ni puñetas incordiosas, irá descubriendo las ofertas de la casa, los platos de temporada, el menú del día, los postres más tentadores y los vinos recomendados, con sus nombres, descripciones, precios y… las fotografías de los platos, botellas y salsas que se servirán.
Será, dicen sus promotores, una carta virtual, fácil de mantener actualizada y sencilla de consultar hasta para los más patosos con los dedos. Pero sobre todo, la carta virtual facilitará esa vieja propensión a comer con la vista, que todos tenemos, y a ahorrarse sorpresas. Cuando llega el plato humeante ya no se podrá decir que esto no es lo que esperábamos. Otro problema será, y para eso la informática todavía no tiene respuesta, el sabor. Que el arroz esté salado o picante y los garbanzos estén como perdigones es algo que de momento los chips no pueden calibrar, pero tampoco será cuestión de sufrir más de la cuenta. Todo se andará: será cosa de esperar, de dejar tiempo al tiempo.
Lo malo es que cuando llegue ese momento igual nos volvemos añorantes y lamentamos que el plasma no es, efectivamente, un buen sustituto de la morcilla para darles sabor a las lentejas de diseño.