Hace treinta y cinco años España se retiró catorce kilómetros de su línea de frontera en el Sáhara, (territorio considerado como una provincia más), para dejar que entrara la llamada “Marcha Verde”. Entre las tropas españolas y la muchedumbre patrocinada por Hassan II se habían sembrado unas minas. La situación no podía ser más lamentable, tanto en aquella frontera que saltaron al paso los marroquíes como en Madrid dónde agonizaba el dictador.
La solución fue dejar a los saharauis a su suerte. España se retiró y los últimos militares que salieron por Villa Cisneros serraron el mástil en el que estaba la bandera para que ninguna otra se pudiera izar en aquel palo. Y nos desentendimos de los saharauis dejándolos a merced de los vientos y a la espera de una decisión de Naciones Unidas.Treinta y cinco años después, esta vez sin necesidad de convocar a la “Marcha Verde” los hemos vuelto a dejar tirados en El Aaiún. El Gobierno no piensa reclamar por los incidentes del Sáhara aunque muestra “preocupación por los acontecimientos”. Eso y nada es lo mismo. Eso y volver a dejarlos en la estacada es la misma acción de repugnantes oídos sordos.
No se trata de una guerra lejana en Irak, es algo que tenemos muy cerca tanto en lo geográfico como en lo sentimental y nos desentendemos de la suerte de aquellos desgraciados que han caído bajo las garras de Marruecos. Apenas una gran vergüenza, o al menos eso.
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