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Que la suerte se apiade

Estos soleados días otoñales que en medio de tantos problemas vamos disfrutando sin sonreír, las calles del centro de Madrid se han llenado de colas largas y prematuras que dejan a los turistas sumidos en el asombro. Son las colas de la ilusión, de la esperanza puesta en un tiempo mejor para la salud de nuestras economías particulares que la crisis pandémica viene azotando sin piedad desde hace tres años. La gente, que sufre en silencio sorprendente la zozobra que crea la imposibilidad de llegar a fin de mes con liquidez para atender la factura del supermercado, tiene puesto su recurso en la Lotería, en el Gordo y las pedreas que en voz de un niño de San Ildefonso puede en escasos segundos cambiarnos la vida. El 22 de diciembre, dentro ya de menos de dos meses, unos cuantos centenares de afortunados, algunos sin mayor necesidad, van a sentir el fluir de los millones en la dotación de sus chequeras y el final de las angustias que la mala cabeza y la codicia de orondos y abrillantinados financieros nos ha deparado. Hay prisa por apuntarse al bombo de la suerte, para dar rienda a las supersticiones y corazonadas, y embolsarse un número con el que poder soñar con darles pronto esquinazo a los males. Quien más quien menos se está estrujando la cartera, rejuntando calderilla, privándose de lo que sea con tal de que para el décimo con la fecha de nacimiento de la niña, el día, el mes y el año de la victoria de Obama, la edad de Rajoy, Cospedal y Soraya, o los trofeos que acumula en sus vitrinas el sufrido Atlético de Madrid, inspiren a la diosa fortuna a la hora de dictar sus premios. Con toda la crisis que ustedes quieran, pero para la Lotería que no falten unos euros. Y pronto, porque para empezar a respirar ilusión cuanto antes mejor. Aparte, naturalmente, que quien se duerma y no quiera joderse unas horas con la calva expuesta a los rayos solares de la calle Alcalá, puede perder la oportunidad: los décimos este año vuelan y quien se descuide puede quedarse con la intención. Que la suerte se apiade de todos.

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Que la suerte se apiade

Diego Carcedo

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Diego Carcedo
Etiquetas: Opinión

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