Gracias a la Revolución Francesa aprendimos que por encima del ciudadano está la Ley, y con esa premisa hemos ido tirando doscientos años largos. Pero ahora hemos descubierto que por encima del ciudadano están los especuladores que son esas personas que se dedican a jugar con la Bolsa desde un despacho en el extranjero, inversores sin escrúpulos que no dudan en calificarnos como país de riesgo. Pero no teman, no es nada personal, apenas se trata de un asunto entre ellos y nuestro futuro en el que nada podemos hacer más que mantenernos al margen.
Este partido no va con nosotros, somos secundarios sin frase, tipos anónimos que no tienen derecho a pedir el libro de reclamaciones. Lo que resulta paradójico es que los especuladores sólo jueguen en nuestra contra, ya podrían ser como los Reyes Magos y dejarnos regalos en el trascurso de la noche; pues no, muy al contrario nos hacen la puñeta a las claras del día. Ayer la tomaron con Grecia y hoy ya veremos sí somos los siguientes.
Estos malos de película viven y conspiran en despachos acristalados desde los que dominan las alturas de la ciudad. Se organizan a través de Internet y, (lo más importante), son unos cabrones sin miramientos. «¡Malditos roedores!» que diría el gato.
Seguro que luego son buenos padres y buenos vecinos, incluso tipos que dejan propinas generosas. Son la mente del mal, anónimas manos que manejan este teatro de marionetas en el que salimos usted y yo.