Lluvia a gusto de pocos

Nunca llueve a gusto de todos, ya lo sabemos, últimamente más bien a gusto de pocos. Este año muchos contribuyentes, quizás la mayoría, estamos de lluvia hasta la coronilla. ¡Menudo invierno que hemos tenido! Y, por lo que veo en los pronósticos, que cada vez aciertan más, lo que te rondaré morena. Tanta agua hemos empapado que tengo la impresión de que se nos está poniendo piel de rana recubierta de escamas. Pero eso es mi impresión y la de cuantos deseamos vehementemente ver salir el sol y que se estabilicen los claros en el cielo para una temporadita. En cambio, los expertos en la cosa del agua, que siempre parecen predispuestos a augurarnos años de sed si persistimos en ducharnos todos los días, se quejan, como sospecho que es propio de su oficio, y aseguran que a pesar de lo que ha llovido, aparentemente mucho, hay menos agua en los embalses, ríos y cañerías. El que lo entienda que lo compre. La razón que se arguye adornada con algún latinazo que otro es que ha llovido más, sí, un 35 % más, en Madrid capital que en los alrededores y particularmente en la Sierra donde las nubes han pasado de largo. Al revés, según se asegura, que otros años. Será, digo yo por mi cuenta, el cambio climático que nos va a volver a todos tarumba sin conseguir atar cabos. Así que con los pantanos más bajos que hace doce meses, lo que se impone será lo de… siempre. Ahorrar agua, regar menos las plantas – qué digo regar menos las plantas, dejarlas que se agosten las -pobrecitas- y rellenar las piscinas a escondidas no aparezca el inspector municipal y nos ponga un multazo de Dios te ampare. Beber, lo que se dice beber, pues vino mayormente porque el vino, a diferencia del agua, no escasea, más bien sobra, y su consumo de momento sólo está contraindicado para la tensión, tal vez -lo ignoro- el colesterol y para conservar intactos los puntos del carné de conducir.

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