De las transcripciones de las charletas de los del Gurtel nos falta lo más importante: la voz. Habrá que escuchar en qué tono se dispensan lisonjas y se hablan de amor unos chorizos con otros, de qué manera se adelantan las comisiones, los pagos, los regalos y los favores. Esas conversaciones deberían estar recreadas por algún cuadro de actores de la radio, (en el caso de que quede alguno en pie, me temo que el último lo tuvo Radio Madrid con el añorado Dicenta).
Aún sin voz nos podemos hacer la idea de la clase de tipos que eran, de las formas que gastaban y de la opulencia de la que presumían sin complejos, igual que el protagonista de «Huevos de Oro» decía con orgullo: «dos cojones pues dos rolex» y los enseñaba sin pudor.
Quizá la ausencia de vergüenza sea el denominador común de esta trama chunga que, de momento está por probar que afecte a todo el PP, pero sí es cierto que ha pringado a un buen número de altos cargos que vivían en la burbuja de los intocables.
De Bárcenas a Matas pasando por «el albondiguilla» que es apodo de novillero sin suerte, igual que «el cabrón» que es mote de patio de penitenciaria.
Para disimular el grado de cutrez en sangre se daban a los sastres como remedio a sus chepas doloridas por llevarse la pasta en carretilla. Así que lo que no fueron viajes fueron cochjes, o relojes. Demasiado escándalo para quedarse de perfil con esa voz de flauta y ese «yo no he sido».