Cuidado con los nombres

Bautizamos a los niños, bueno quiero decir que les ponemos nombre aunque no les derramemos un chorro de agua bendita sobre la cabeza, sin pensar en las consecuencias. Cada día se hablan más idiomas y muchas veces hay nombres que chirrían en otro diccionario y que incluso incapacitan para ocupar cargos públicos, mayormente diplomáticos, fuera de las propias fronteras. Pasó una vez que yo recuerde entre Portugal y Ecuador con un embajador apellidado Porras – palabra impronunciable ante las mujeres — que en Lisboa amenazaba con despertar sonrisas maliciosas y chistes obscenos, y el Gobierno de Salazar, siempre tan resolutivo, lo vetó. Ahora está pasando por el mismo trance Akbar Zeb, un acreditado diplomático pakistaní que iba a coronar su brillante carrera en diferentes países como embajador en Riad. Pero inesperadamente el Gobierno saudita, al que no se le pasa ni una, le plantó un veto como una mezquita de grande. No por razones políticas ni religiosas; para nada se le objetan. Simplemente se le ha vetado por el nombre, más concretamente por el apellido Zeb que en árabe al parecer equivale al pene más grande, condición que en un país que se precie de machista no puede admitirse que la ostente un forastero. De pronto Akbar Zeb se ha encontrado con una limitación a su actividad enorme porque de rebote, también los jeques de los Emiratos Arabes Unidos y de Bahrain han anticipado que con ese nombre en sus países tampoco podrán admitirle. No quieren chistecillos por los pasillos de sus cancillerías señalando al embajador como el de la polla más grande y cosas por el estilo. Ignoro cual será el estado de ánimo de Akbar, de disgusto sin duda. Imagino que se mirará la parte baja de la cintura y echará pestes contra sus padres que de forma tan inadecuada le han adjudicado en el pasaporte un mérito que probablemente su configuración física no rebasa los límites de la normalidad.