Desde la Dictadura y su aislamiento activo y pasivo España nunca influyó menos en la política internacional que actualmente. Desde la Dictadura y su aislamiento activo y pasivo España nunca influyó menos en la política internacional que actualmente. En los cuarenta años de democracia nuestro país tuvo representantes en puestos clave de la política, la cultura y la economía internacional del mayor nivel: presidente de la Asamblea de la ONU, secretario general de la OTAN, presidente de la Unesco, secretario general del Fondo Monetario Internacional, vicepresidentes de la Comisión Europea, presidente de COI, secretario general del Consejo de Europa… Y un largo etcétera.
Un etcétera que se ha visto frenado en seco durante los años de Administración de Mariano Rajoy. Hoy ningún español ocupa un puesto de relevancia fuera de nuestras fronteras. Hasta hace unos meses España formaba parte del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas como miembro no permanente y, en la práctica, porque le tocaba. Agotado ese periodo, ahora ni eso. Los intentos de colocar a Luis de Guindos a la cabeza del Eurogrupo fracasaron, lo mismo que fracasó el propósito de mantener un representante en el Consejo del Banco Central Europeo: la única economía importante de la UE que no lo tiene.
Esta situación va más allá de la pérdida de influencia en las grandes decisiones que nos afectan, resta imagen a nuestro país convertido en el principal ausente en los organismos que ejercen el poder. Solamente un comisario de cupo, muy cuestionado y de segunda fila en el Colegio de Comisarios de la Comisión Europea, tiene voz en el extranjero para defender nuestros intereses. Lo demás tienen que hacerlo los embajadores y diplomáticos que lo mismo tienen que atender los asuntos de trámite como actuar en solitario contra las interferencias de los independentistas catalanes que defenderse de las críticas que despierta la sumisión disidente de gobernantes europeos y latinoamericanos del Presidente del Gobierno con Trump.
Los españoles nos pasamos la vida mirándonos al ombligo y magnificando la sangría, los toros, el flamenco, o la paella como si eso fuese suficiente para alcanzar la relevancia que merecemos en la comunidad internacional. La explicación es sencilla: la influencia hay que ganarla subiendo o bajando la escalera, no sentándose en el escaño, tomando posiciones claras, exportando ideas en lugar de noticias de corrupción y cultivando amigos defendiéndoles y apoyándoles cuando lo necesitan. La suerte de tener unos Reyes que saben representarnos y no regatean esfuerzos para conseguirlo es lo único que mantiene a flote y viva la imagen de una España que quiere mantener la calificación de moderna. Pero los Reyes no lo pueden hacer todo.
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España no tiene quien la defienda
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