Categorías: Opinión

¿Alguien lo entiende?

Llevó un montón de años leyendo artículos, revistas y libros de economía y cada día que transcurre entiendo menos. Confieso sentirme frustrado. Llevó un montón de años leyendo artículos, revistas y libros de economía y cada día que transcurre entiendo menos. Y cuando escribo menos, es para disimular mi incapacidad: la verdad es que no entiendo nada. Escucho a economistas en la radio, hablo con alguno con bastante frecuencia, les imploro desesperadamente explicaciones y aclaraciones, y el resultado siempre es el mismo. Mi confusión aumenta al ritmo de mi interés.

Durante mucho tiempo -qué digo mucho tiempo, ¡toda mi vida!- he sufrido como tantos conciudadanos a fin de mes palpándome el bolsillo. En nuestros sufrimientos financieros, es decir, los sufrimientos del personal de a pie -¿qué voy a contarles a mis pacientes lectores-, hasta hace muy poco han estado muy presentes dos pesadillas: el coste de llenar el depósito del coche y el pago de la hipoteca, con el Euríbor por las nubes y los bancos achuchando como cosacos.

Pero las cosas han cambiado algo, la verdad que ni para bien ni para mal; más bien para todo lo contrario: el precio del crudo cayó casi dos tercios y los intereses del dinero que el BCE facilita a nuestros bancos, se han puesto al cero por ciento. Sin embargo, nada ha mejorado para los consumidores y, al parecer, todo ha empeorado para los bancos y para las grandes multinacionales petroleras. ¡Coño! Esto es para volverse loco. Lo único que ha cambiado es el estado de ánimo de la gente, no su economía familiar.

Los pobres, uno de cada cinco, ya no se quejan, aunque no porque hayan dejado de carecer de razones sino porque apenas les quedan resuellos de esperanza para un futuro mejor y ya se han mentalizado de que, quejarse sólo sirve para para incrementar la debilidad del estómago. Resulta que tener el petróleo barato y los intereses bajos es malo, y todos sin enterarnos ni lamentarlo. Como contrapartida, ahora los que lloran a moco tendido son los banqueros. Habría que verlos estos días reunidos en cónclave en Madrid.

Esto es nuevo; como ocurre con casi todos, que lloren los banqueros quizás sea malo para la gente que busca trabajo o simplemente implora una limosna, pero pena, lo que se dice pena, hay que reconocer que mucha no da. Nuestra solidaridad todavía no ha llegado a ese punto. De momento nos limitamos a hacer gestos de extrañeza, incluso de sorpresa, y a preguntarnos de vez en cuando: ¿Alguien lo entiende?

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¿Alguien lo entiende?

Diego Carcedo

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Diego Carcedo
Etiquetas: Economía

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