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¿Tendrá la UE que rescatar a Alemania?

Contra casi todos los pronósticos Angela Merkel y su gran coalición parecen haber perdido el rumbo en un país atónito y convulsionado. Supongo que ya están al corriente. El listado empieza a ser impresionante por la pura acumulación de los hechos noticiosos recientes, que se han ido conociendo sobre un país europeo sumergido en una seria crisis de identidad que, últimamente, ocupa con mucha frecuencia los titulares de la prensa internacional. Informaciones que, poco más o menos, tratan sobre asuntos parecidos a los que recojo en esta recopilación, hecha con premura y sin demasiado afán totalizador, que voy a detallarles en el próximo párrafo. Poco rigurosa quizá, dirán ustedes, pero bastante ilustrativa, por otra parte. Al menos, en mi opinión.

A saber, y por orden de aparición en escena de estas catástrofes sucesivas que hemos ido conociendo paulatinamente, hay allí, hoy por hoy, serias sospechas y algunas certezas demostradas, de malos manejos empresariales y fraudes al consumidor, también manifiesta ineficacia policial y presunta ocultación de datos relevantes con la complicidad de ciertas instituciones, se habla de fallos lamentables en la gestión de los servicios públicos y ha producido algún dramático accidente ferroviario, se detectan brotes frecuentes de populismo de ultraderecha y el racismo está en auge. Y ahora, además, se habla de los problemas por los que pasa un sector financiero ineficiente y cuya solvencia despierta profundas dudas que, muchos analistas encuentran razonables, entre litigios, acusaciones de delitos y estafas.

Y sí. Han acertado. Estamos hablando de Alemania. No de una república bananera latinoamericana de las que todavía resisten los impulsos de los aires de regeneración democrática globales. Ni tampoco de España, aunque se parezca en algo, ni de Portugal, ni de Italia, ni de Grecia, ni de ningún otro país de la Europa holgazana e irrecuperable.

El gran mito de la seriedad, la eficiencia y el bien hacer, el ejemplo teutón que debería iluminar el mundo se cae a pedazos y su gobierno, una gran coalición, ese supuesto paradigma de la estabilidad, la seriedad y el sentido común que tanto ensalza nuestro Mariano Rajoy, parece haber perdido el rumbo y encontrarse tan atónito y convulsionado como el resto del país.

Incluso, a pesar de ser un ejecutivo sólido y estar encabezada por la antaño todopoderosa Angela Merkel que, además, y esto es otro hecho insólito en su larga y triunfal trayectoria, pierde popularidad a ojos vista y se desliza hacia el abismo en las encuestas sobre la aceptación de su política. La gran dama de hierro se tambalea en su pedestal interno, mientras sigue condicionando las políticas que pueden aplicarse en una Unión Europea (UE) cuya propia esencia se ha encargado de dinamitar sin piedad en los últimos años.

Y ya ven, podría resultar que todo era mentira. Que la gran Alemania no era, ni es, mucho mejor que los demás países y que acumula en su seno, y en proporciones desmesuradas, los mismos vicios que, con tanto encono, ha criticado en los demás. Junto a otro, de cosecha propia, bastante peligroso, por cierto, esa proverbial insolidaridad y falta de empatía que emana de un nacionalismo autosatisfecho que, a tenor de lo que parece suceder, quizá nunca estuvo realmente justificado.

Lo peor de todo es que nada de lo que pasa en Alemania debería constituir una sorpresa, en realidad. Al menos nada de lo que está relacionado con las dificultades, los problemas y las trapacerías presuntas de sus sectores empresarial y financiero, porque se trata de una suerte de secreto a voces, más que conocido entre las élites internacionales, cuyo silencio ha contribuido hasta ahora a ocultar una situación que podía poner en peligro al resto del mundo.

No sólo eso, bajo la mano de hierro del superministro económico Wolfgang Schauble, en las altas instancias de Bruselas se han puesto en marcha unas políticas de ajuste y recortes en el resto de Europa, auspiciadas sin disimulo por Berlín, que han empobrecido a los ciudadanos, destrozado la idea de la unión, deteriorado la credibilidad de las instituciones y provocado una seria fractura social en el Viejo Continente que puede tardar mucho tiempo todavía en cerrarse, según parece.

¿Todo eso para qué? Las viejas teorías ‘conspiranoicas’ que se han extendido por la Red desde que estalló la durísima crisis financiera hace casi una década siempre han señalado como único beneficiario real de esos sacrificios a la élite directora del sector financiero. El alemán en primer lugar, y el global luego. Justo la que se ha beneficiado de la situación provocada por su propia torpeza en la gestión y endosado su deuda privada al conjunto de los ciudadanos y la vanguardia de la extensión de esa desigualdad de rentas y posibilidades creciente que amenaza con terminar para siempre con la clase media.

Y, a pesar de todos esos esfuerzos, las sospechas han vuelto a inundar los mercados financieros estos días centradas, además, en la salud del Deustche Bank, la supuesta joya de la corona de la banca alemana. Sus juegos peligrosos en la ruleta rusa de los productos derivados podrían haberle pasado una factura letal. Y lo peor es que nadie se fía de los números oficiales, ni de la efectividad de las supervisiones, entre otras cosas porque Berlín se ha ocupado de desnaturalizar la necesaria unión bancaria y poner palos en las ruedas de los intentos de los técnicos del BCE por controlar la situación.

Para el Gobierno alemán ha resultado estratégico impedir la existencia de una institución supranacional, con poder normativo y capacidad sancionadora, llegara a poner sus ojos sobre las cuentas reales de su sector financiero. Ya saben cuánto empeño pusieron, por ejemplo, en mantener la ‘jurisdicción’ del Bundesbank, sobre las sparkassen y los landesbank esos sistemas de banca minorista local tan entredicho en los momentos, como este, en que la crisis financiera vuelve a arreciar?

¿Servirá esta nueva amenaza de debacle para desatascar todos esos mecanismos y cambiar el signo de la política económica europea? Mucho nos tememos que no, salvo que, finalmente, se confirme lo peor y nos encontremos de bruces en medio de una nueva tormenta global, cuando se suponía que habíamos visto, por fin, la famosa luz al final del túnel. De hecho, ya ven por donde se mueven las primeras reacciones. Culpabilizar al mensajero y hablar de sobrereacción de los mercados, mientras la máquina de captar capitales que sigue siendo, a pesar de todo, la deuda alemana sigue drenando la liquidez al resto y las primas de riesgo vuelven a dispararse en la periferia europea.

Lo peor es que si tampoco se aprovecha esta oportunidad para limpiar el panorama y poner algunas cuentas en orden, cabe la posibilidad de que con la política de ocultación y patada seguir que practica el Gobierno de Merkel, ante la silenciosa, y a ratos vergonzosa, complicidad del resto de las autoridades europeas, la enfermedad se agrave todavía más y llegue un momento en que no haya medicina capaz de controlarla. Seguro que entonces, como ya ha pasado otro puñado de veces a lo largo de la historia, los alemanes sí que reclaman solidaridad a sus devastados socios de la UE que, por cierto, siempre han estado ahí en los momentos difíciles como demuestra la historia.

Aunque, resulta dudoso que, en caso de que Europa tuviera efectivamente que acudir al rescate, los políticos y financieros alemanes, y sus orgullosos ciudadanos, aceptaran el mismo trato que ellos se han encargado de imponer a los demás. ¿Firmarían un memorándum de entendimiento? ¿Renunciarían a los beneficios sociales y al poderoso estado del bienestar que han construido durante años gracias, entre otras cosas, a esas ayudas de los amigos que tan poco agradecen?

No parece, desde luego, que estuvieran dispuestos a probar su propia medicina. Esa que, al parecer, ha hundido la economía europea sin servir siquiera para que se haya logrado su propósito original que no era otro que salvar el sector financiero teutón.

Un viejo amigo periodista que ya no está entre nosotros solía bromear con la capacidad de ciertas élites alemanes para autodestruirse sin compasión y arrastrar en su caída al país entero. Un proceso que se producía siempre, según él, justo en esos periodos en los que, en apariencia, el poder acumulado por el país y su influencia en los entornos internacionales era mayor.

Demasiadas veces, los teutones han tenido que ser ‘rescatados’ y no sería descartable entonces que, en algún momento, eso volviera a suceder. Y que, tal y como vaticinaba de broma ese experto cercano a quien me he referido antes, de repente “el negocio vuelva a ser reconstruir Alemania”. Lamentablemente, lo mismo, esa profecía formulada siempre en tono jocoso, acaba por convertirse en realidad, más pronto que tarde.

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¿Tendrá la UE que rescatar a Alemania?

Rafael Alba

No fui fotógrafo de "Playboy", pero sí hice allí entrevistas y artículos. Escribí sobre música en "Diario 16", "Geo", "El Gran Musical", "ZZPOP", "Audioprofesional", "Sterofonía" y "Backstage". En "El Economista", "America Económica", "Cuba Económica" y "La Revista de la Bolsa" intenté aprender economía. En "El Boletín" me metí en política. Y ahora he vuelto a lo mío. Pero lo que más me gusta es tocar la guitarra, así que no es raro verme subido al escenario de algún club…con Las Dos en Punto, por ejemplo.

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