Gracias, Carlos

Opinión

Gracias, Carlos

Me enteré un día después. Suele ocurrirnos a los periodistas. Tratamos de llegar a todo lo que creemos que la gente debe saber y descuidamos lo que realmente importa.

Estaba prevenido frente al Ministerio de Interior para entrar en un programa especial sobre los atentados de París y me llegó un mensaje al móvil: “se ha muerto Carlos Humanes. Lo siento mucho”. Me quedé helado. Hacía tiempo que no nos veíamos. No sabía que estaba enfermo. El amigo que me mandó el mensaje también sabía que hacía mucho tiempo que no veía a Carlos, pero me conoce bien, por eso me daba el pésame.

Este amigo, periodista de Antena 3, le conocí cuando llegué a El Boletín, en septiembre de 1992.

Hasta ese momento, mi trayectoria profesional se limitaba a un año de colaboraciones en una revista cultural, a unas prácticas en Diario 16 de Murcia y a seguir matriculado en la Facultad de Periodismo. Vamos, que no tenía ni idea de nada.

Con ese bagaje, y de la mano de Federico Utrera, el corresponsal parlamentario, llegué a la redacción de la calle Lagasca, donde nació El Boletín de la Tarde. El subdirector, Jesús García, me dio la bienvenida a aquello que se gestaba en ese duplex: un periódico vespertino para Madrid. La oferta era una beca por tres meses y ya iríamos viendo. Acepté encantado, feliz. Iba a trabajar en un periódico diario. Iba a participar en su creación y encima me iban a pagar.

Jesús me presentó al resto de los miembros de la redacción. Donald Peña, el gran Donald, -“Donald, como el pato”- responsable de Mercados. Al frente de la sección de Economía y de Nacional, estaba Eva Ruiz Hidalgo. María Waconigg, en Internacional. Ella fue la primera en aguantar mi ignorancia. María fue la encargada de enseñarme cómo funcionaban los macintosh y aquel quarkxpress. El “sufrimiento” de Eva fue más largo. Tuve el lujo de aprender de ella durante cinco años.

Tras presentarme a Hermina, la secretaria de redacción -qué paciencia tenía con nosotros- y a Benjamín, el administrador, otro «paciente», conocí al creador de aquel invento en ciernes. Sonriente y campechano, Carlos Humanes me dio la bienvenida.

Nos hartamos durante tres meses de hacer «números cero» de El Boletín de la Tarde al mismo tiempo que inaugurábamos el «Fax». El becario, es decir, yo, era el encargado de aquel monumental marrón. Consistía pasar a folios un resumen del periódico. Se copiaban las noticias y se resumían. El Fax incorporaba los datos de la Bolsa de Madrid recién cerrada con un comentario de la jornada.

Aquellos folios se imprimían y Herminia los enviaba por fax a nuestros suscriptores, que pagaban una cantidad considerable por ese innovador servicio. A las cinco y pico de la tarde tenían en sus despachos el cierre de la bolsa, los comentarios de mercados y un resumen de todo lo que había ocurrido en el mundo. No existía internet, pero Carlos Humanes ya lo había suplido.

-«Esto lo recibe hasta Botín». Qué broncas cuando, con demasiada frecuencia, se nos colaba alguna errata en el Fax y, claro, antes en El Boletín. Si Carlos colgaba en el tablón los fallos subrayados en rojo, había tormenta. El chorreo nos caía a todos sin excepción: Jesusito, Evita, Julito… así nos llamaba. Él sabía que nos estaba moldeando a fuego muy lento. Nosotros, al menos yo, entonces no era consciente.

Recuerdo en mitad de aquellos números cero y ese Fax cuando le dije, si no le importaba que, ya que ibamos a sacar un diario de Madrid, si me daba una página y me encargaba de la sección de local.

Divertido, me dijo adelante, pero sigues con el fax. A poco más de un mes de mi llegada, me convertí en el primer becario “jefe de sección”. Incluso me incorporó a la mancheta del periódico.

Y pasaron los meses, los años y, ¡joder, qué buenos eramos!.

Nuestro periódico tenía 16 páginas, sólo se distribuía en los Vips, cobrabamos poco, pero eramos muy buenos.

Espoleados por Carlos, sacabamos lo mejor de nosotros; temas propios y exclusivas. Todos nos reuníamos alrededor de Eva cuando a eso de las cuatro y media de la tarde se llamaba a Carlos al restaurante en el que en ese momento almorzaba con sus contactos, «gente importante». Cómo celebrábamos el día que no ponía pegas o su titular se ajustaba a la primera.

Era El Boletín de la Tarde. Un diario vespertino. Desconocido para muchos. Hecho que Carlos ignoraba deliberadamente. No creo que el director del Washington Post se sintiera en aquella época más poderoso y con más responsabilidad en sus manos que Carlos Humanes. No creo –estoy seguro- que el director de El País pudiera exigir más a su plantilla.

Recuerdo sus gritos cambiando la portada, la subida de adrenalina, y su entusiasmo cuando íbamos fuertes: “hoy se van a cagar». En El Boletín escuché por primera vez que eso de paren las máquinas. Era la Intervención de Banesto y no, no había máquinas, pero lo dijo y se pararon.

Eramos cuatro y el del tambor. Pero doy fe que hacíamos mucho, mucho ruido. El Boletín no llegaba al gran público, pero sí a todos los centros de poder. En aquella época, lo puedo asegurar, más de un boletín de radio y de un periódico grande copió nuestras noticias.

Lo de Carlos era contagioso. Conseguía que en muchas ocasiones los demás también camináramos a un palmo del suelo. Por descontado que salíamos a la calle a buscar noticias sin ningún complejo de inferioridad. La realidad, a menudo cruda, no nos impedía sentir que jugaramos en primera división.

Carlos permitió quitarme la etiqueta de becario muy rápido. Contrataron a otro y pude dejar el Fax para dedicarme de pleno al periódico. Cada becario nuevo que llegaba relevaba al anterior al frente del Fax. Visto con el tiempo, en El Boletín adquirías los galones de redactor cuando el Fax se lo encasquetabas al último en llegar. Raquel, Raúl o Nacho, hoy grandes periodistas, también pasaron por aquel ritual de iniciación.

Y lo que son las cosas, allá por 1994, Carlos Humanes, también intuyó que era necesario contar con un periodista especializado en tribunales. Me enviaba a diario a la Audiencia Nacional a pesar de que la cosecha que traía a la vuelta era más bien escasa. Unos seis meses después saltaba por los aires el GAL y Mario Conde. El Boletín ya estaba allí.

En 1997, Informativos Telecinco, sobrepasado por las informaciones judiciales de terrorismo, corrupción… me llamó. Necesitaban un especialista. Curioso. El Boletín, es decir, Carlos Humanes, ya había formado al suyo cuatro años antes. Llenó mi mochila, de la que en la actualidad sigo viviendo, sin que me diera cuenta.

Cuando entré en su despacho para despedirme, nos dimos un abrazo. Me deseo mucha suerte, sé que de corazón, y le di las gracias.

Han pasado cerca de 20 años de aquella despedida. Ahora soy mucho más consciente de todo lo que te debo Carlos Humanes. Espero que donde esté pueda leer estas líneas. Y grite si se me ha colado alguna errata.

* Julio Muley, Informativos Telecinco. Sección de Nacional. Tribunales, terrorismo y corrupción política

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