Me cuesta mucho escribir unas líneas sobre Carlos. Su marcha es demasiado reciente y su ausencia deja un enorme vacío. Nada puedo decir que no les haya dicho ya a Javier y Miguel. Nada puedo glosar de su trayectoria profesional que vosotros, sus amigos, no sepáis o no hayáis compartido con él. Decirle a alguien que no tuvo la suerte de conocer a Carlos que era un tipo extraordinario no deja de ser un tópico, pero vosotros, sus amigos, sabéis que era así. Extraordinario, fuera de lo común. Único, con sus virtudes y sus defectos (legendaria mala hostia).
Vosotros, sus amigos, sabéis de su ilimitada generosidad, de su extrema lealtad y de su inquebrantable honestidad personal y profesional.
Vosotros, sus amigos, habéis compartido con él la pasión de una redacción, el calor de un debate o las aventuras de mil y un viajes.
Sus amigos. No conozco un caso igual. Desde los años del Ramiro, compartiendo adolescencia con Miguel, Carlos fue luz y guía vital. No solo nos dejaba su piso de Arturo Soria para las fiestas que siempre terminaban mal, era el hermano mayor de aquel atajo de inconscientes. Con el paso de los años se convirtió en consejero personal de nuestros avatares profesionales, recalando en la universidad de periodismo de la APE de Miguel Ángel, de Diego, de Juan, de Pepi.
Carlos, que nos sacaba unos años, no faltaba a una cena con la manada (Miguel, Julián, Ángel, Ernesto, Alberto, Óscar, Jesús…) en las que ejercía de macho alfa. Era el gran hermano lémur que nos enseñaba a oler los vientos y a escuchar el paso sigiloso del enemigo. Pero es que al mismo tiempo no faltaba a una de las comidas que se montan la cuadrilla de mi padre, de Pepe, de Jesús, de Ander, de Josemari, de Antonio… Nunca he conocido a nadie con tantos amigos y tan buenos, vosotros lo sabéis.
Eso es lo que nos queda a nosotros, sus amigos, el privilegio de haber coincidido en esta vida con un tipo tan extraordinario.
* José Miguel Azpiroz, periodista de Onda Cero