De Madrid al cielo más rápido

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De Madrid al cielo más rápido

Cualquier cosa es posible en el Madrid del caos, hasta el sorprendente milagro de que un coche estacionado contamine más que si estuviese rodando y echando humo por el tubo de escape. Estos días pasados Madrid agobiaba: la contaminación atmosférica de la ciudad era preocupante mientras que la otra, la contaminación mental de algunos munícipes, no le iba a la zaga. En la noche del jueves al viernes la alcaldesa, la señora Carmena, dijo en la radio que al día siguiente no habría restricciones al tráfico porque los índices habían mejorado. Pero unos minutos después, cuando la mayor parte de los ciudadanos ya intentábamos dormir, el Consistorio, ignoro quién de sus inquilinos, anunciaba a cuantos no lo pudieron ver, ni oír ni leer que esa madrugada quedaba prohibido aparcar en el centro de la ciudad.

Cuando los que acuden a trabajar en coche, ya sin tiempo para buscar un transporte alternativo, se enteraron ya era tarde: el caos era típico de Madrid, una capital que conforme avanzan los tiempos y cambian las corporaciones, se ratifica de manera reiterativa que no tiene arreglo. Los aparcamientos tanto en zona verde como en zona azul, estaban vacíos y los responsables de la hora en actitud involuntaria de brazos caídos. Quien más quien menos intentó guarecer su vehículo en los aparcamientos municipales y privados, donde es sabido de sobra que cuando vas a retirar el auto, te despluman.

Pero los aparcamientos enseguida tuvieron que poner el “completo” y, mientras sus dueños o encargados se frotaban las manos pensando en la caja que acabarían haciendo gracias a las incongruencias municipales, los conductores, nerviosos porque la hora de estar en el puesto de trabajo se echaba encima y angustiados sin saber qué hacer con el coche, daban vueltas y revueltas, escuchando los pitidos de los más nerviosos y viendo como los depósitos de combustible se agotaban, sin saber cómo salir de semejante atolladero. Cualquier cosa es posible en el Madrid del caos, hasta el sorprendente milagro de que un coche estacionado contamine más que si estuviese rodando y echando humo por el tubo de escape.

Mientras tanto, tan ingeniosa y precipitada decisión parece que le costó al Ayuntamiento, uno de los más endeudados de Europa, 338.000 euros del ala que es lo que dejaron de ingresar por la clausura de los parquímetros. Ignoro a quien se exigirán responsabilidades. Eso son negocios y, mientras tanto, los madrileños, residentes y visitantes, carraspeando y con dificultades para respirar un aire cada vez más contaminado que emponzoña, aunque tal vez acorte, el viaje de Madrid al cielo.

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