El todavía inquilino de la Casa Blanca cogió las riendas de un país deprimido y lleno de cráteres financieros. Seis años después debería estar recogiendo unos cuantos agradecimientos. El pasado mes de agosto saltó la noticia de que uno de los principales bancos de EEUU, Bank of America, estaba dispuesto a pagar cerca de 17.000 millones de dólares en concepto de multa para compensar las fechorías financieras llevadas a cabo durante la última década. La cantidad convertía la sanción en la más costosa de su naturaleza.
La multa de Bank of America no era, de todos modos, un hecho aislado. Previamente multitud de grandes bancos, tanto estadounidenses como europeos, habían ya pasado por caja en Washington (a diferencia de lo que sucede en Bruselas, donde los tirones de orejas han sido tan discretos como tardíos).
Mi jefe, que no participó en la ovación cerrada que el mundo occidental brindó a Barack Obama cuando entró por primera vez en la Casa Blanca y que siempre se ha mostrado saludablemente escéptico ante su gestión, dice que al primer mandatario negro en la historia de EEUU hay que reconocerle unos cuantos méritos.
Uno de ellos, quizás el principal, ha sido su gestión económica. Brevemente: Obama llegó al poder poco después de que la crisis financiera alcanzase su punto álgido con la quiebra del banco Lehman Brothers y con una economía en graves dificultades, pero seis años después esa misma economía está creciendo a un ritmo tranquilizador y generando empleo mientras que el sistema bancario ha lavado buena parte de sus trapos sucios (sufriendo al mismo tiempo cierto castigo por tenerlos) y, como guinda, Wall Street coquetea con máximos históricos.
Desde luego, se puede decir que Obama ha logrado sacar a EEUU de la crisis. Un logro que, además, ha aprovechado para reivindicar, en los últimos tiempos, esa característica que tanto les gusta mostrar a los norteamericanos llamada “el ascensor social”. Es decir, la igualdad de oportunidades. Tanta es la tranquilidad de espíritu de Obama que, a unos meses de terminar sí o sí su mandato, ha decidido lo impensable hace tan sólo un listro: convertirse en consejero de Bruselas y romper una lanza a favor de Grecia.