Los propietarios del ‘copyright’ de la Transición’ parecen dispuestos a todo para mantener los privilegios conseguidos. ¿De verdad importa tanto? ¿Es tan necesario perder el tiempo reivindicando los logros de la transición del 78? Para algunos parece ser que sí, aunque, curiosamente, cuando reclaman el crédito por lo conseguido en aquellos años están, a la vez, disparando contra el espíritu de todo el proceso.
Y lo cierto es que lo único que queda de aquello a día de hoy es el pálido recuerdo de un momento histórico brillante que con el paso del tiempo ha perdido su magia por completo. Al menos, si el presente al que se enfrentan los españoles es la cosecha de la semilla que se plantó entonces.
Pero no lo es. Y el deterioro de los símbolos se ha producido en paralelo con la confirmación de que las promesas de una prosperidad creciente que se formularon en el arranque de la, aún, inmadura democracia española, no van a cumplirse. Que, de hecho, no se cumplieron nunca. Excepto, eso sí, para ese selecto grupo de ‘fuerzas vivas’ que aún manda, o quiere mandar a cualquier precio en España.
Un grupo de todos conocido conformado por dirigentes políticos, magnates de los medios y algunos otros próceres que, tras haber participado, en el empobrecimiento general del ciudadano medio y haber destruido las ilusiones de todo un pueblo, quieren abortar cualquier posibilidad de que los españoles vuelvan a creer que hay soluciones políticas posibles y dirigentes honestos en los que confiar.
Y esos propietarios del ‘copyright’ de la transición, que llevan cerca de cuarenta años cobrando los ‘derechos de autor’ de la obra registrada. Están dispuestos a todo para mantenerse ahí. Ni siquiera les importa acabar con las instituciones que, según explican, levantaron con tanto consenso, tanto diálogo y tanto esfuerzo. Ni tampoco les preocupa que una vez que sea evidente que votar no sirve de nada, como ya pensaban muchos gatos escaldados de las urnas.
Los hay que hasta parecen disfrutar, mientras explican, por ejemplo, que Syriza, Tsipras y Varufakis han sido ‘masacrados’ por la bota alemana. Que han bajado la cabeza ante Merkel y que tendrán que proseguir con los ‘recortes’, ni subir el salario mínimo, ni asegurar una vida decente a los ciudadanos de un país que han sido sometidos a un acoso social sencillamente inaceptable por unos poderes sin legitimidad democrática alguna. Porque esos tipos que están ahí al mando de la Unión Europea, no han sido votados por el conjunto de los ciudadanos sobre cuyas vidas parecen tener una potestad total.
Da igual. Lo importante es que «ya lo decían ellos». Y que los griegos, que iban de chulos y prepotentes, han tenido que volver a Atenas con el rabo entre las piernas. Y ahora, encima, les va a tocar explicarles a los ciudadanos que mintieron en campaña electoral. Que prometieron cosas que sabían perfectamente que no iban a cumplir. Como en la mejor tradición de los ‘hooligans’ violentos y ‘futboleros’, este simpático grupo de ‘vejetes’ que trajo la democracia a España se alegra y echa las campanas al vuelo con la derrota del enemigo.
Y lo curioso es que ese enemigo que quieren derribar a cualquier precio, puede ser la última barrera de resistencia que le queda al régimen que dicen defender. ¿Por qué para que sirve la democracia si no existen alternativas diferentes a las que votar? Para nada, por supuesto. Por lo menos a la mayoría.
Es evidente que el simulacro montado por los defensores del bipartidismo, por los beneficiarios de ese juego que han mantenido vivo durante unas cuántas décadas los políticos del PSOE y el PP, ha hecho permitido a un grupo muy reducido de personas vivir más que bien y montar unas extensas redes clientelares que funcionaban perfectamente como barreras de protección.
Pero, visto desde fuera, tomando distancia, da bastante pena que el único argumento que parezca haber funcionado para frenar a los nuevos partidos políticos como Podemos o Ciudadanos, sea arrojar basura sobre sus dirigentes para demostrar que son iguales que los demás. Qué no son más puros ni más honrados. ¿De verdad son igual de desalmados? ¿Son tan ladrones como los presuntos delincuentes de la trama Gürtel? ¿Como los supuestos responsables de la trama de los ERES? ¿Como el grupo bipartidista y representativo de partidos, sindicatos y patronal que derribó Bankia y estafó a los preferentistas? La respuesta, como diría Bob Dylan, está en el viento.
Es curioso que los amigos de tipos como Francisco Camps que jamás encontró la factura de aquellos trajes que le proporcionó ‘El Bigotes’, por ejemplo, salgan ahora en tromba contra la factura de Juan Carlos Monedero.
Claro que ante la diferencia en los valores absolutos de las estafas anteriormente mencionadas y el medio millón de euros que los venezolanos habrían regalado a Monedero o la subvención ‘mileurista’ que la Universidad de Málaga le proporcionó a Iñigo Errejón, hemos pasado de la vieja crispación del ‘Y tú más’ a esta de ahora del ‘Y tú también’ que, no lo olvidemos, aunque deje marcado por la sombra de la sospecha al acusado, no revela nada bueno del acusador. Más bien al contrario.
Así que ya lo ven. No hay duda de quiénes son los verdaderos liquidadores del Régimen del 78. Quienes han convertido en un recuerdo patético, y hasta doloroso, la ingenuidad con que aquel pueblo emocionado saludo la llegada de la democracia como el principio de una edad de oro posible que traería prosperidad para todos.
Y, por lo mismo, tampoco debe haber duda de quién tiene que desaparecer para siempre del panorama político en los próximos meses para que los ciudadanos vuelvan a tener una oportunidad. No hay que tener demasiadas dudas, por muy difícil que ahora parezca sólo es necesario acudir a las urnas y votar. Votar para echarles de una vez por todas y para siempre.
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Los verdaderos liquidadores del Régimen del 78
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